China, amante de las grandes obras públicas con fines propagandísticos y nacionalistas, inauguró ayer una estatua de 103 metros - la segunda más alta del mundo - que se aleja de la simbología comunista y está dedicada a dos emperadores, como símbolo del giro de Pekín hacia sus viejas tradiciones. Después de décadas erigiendo grandes estatuas del revolucionario Mao Zedong (una de ellas fue inaugurada el pasado año en el Tíbet);, China ha decidido dedicar la mayor estatua del país a Huangdi - el Emperador Amarillo - y Yandi, dos reyes legendarios a los que los chinos consideran padres de su civilización.