El tiempo lo pone todo en su lugar. Era previsible. Esta semana las autoridades europeas estrecharon amigablemente la mano de Donald Trump, el mismo al que Tusk, el Donald polaco, presidente del Consejo Europeo, calificó de "amenaza exterior" tras su elección el pasado mes de noviembre. Los malos modos con los que Bruselas acogió al magnate-presidente el pasado otoño contrastan con el espectáculo de palmaditas en la espalda que hemos visto en esta gira americana al corazón de las instituciones Europas.

La cordialidad del comandante en jefe fue máxima con Macron, flamante presidente de la República francesa, al que el padre de Ivanka considera uno de los suyos por eso de que, de cara a la galería, la nueva estrella socio liberal llamada a ser el Jacques Delors del siglo XXI, no procede de un partido convencional.

Así que, dejando aparte los problemas domésticos, queda claro lo que desde estas líneas ya avanzábamos hace unos meses: los que tanto criticaron a Trump, Juncker incluido, mueren ahora por salir con él en la foto y ya no digamos por ser invitados un fin de semana a Mar-a-Lago. Quedó de relieve en las dependencias del Consejo y en ese posado posterior en la espectacular nueva sede de la OTAN en Bruselas, ubicada muy cerca del aeropuerto, un auténtico bunker, frente al complejo anterior, que entrará en funcionamiento casi dos años más tarde de lo previsto.

La obra fue adjudicada el 25 de junio de 2010 al consorcio belga-holandés BAM Alliance por 457,6 millones de euros, presupuesto 10 % inferior al que propusieron los otros competidores. Los sobrecostes vinieron después. Así que, como ven, no son un problema hispano-español, por utilizar la jerga con la que se refieren en Bruselas a las cosas de España.

El presidente apocalíptico llamado a dinamitar la UE, destruir la OTAN y aliarse con el Reino Unido, de forma unilateral, ha colocado a la Unión entre sus prioridades internacionales y ha tardado sólo seis meses en viajar al viejo continente. No está nada mal, si se tiene en cuenta que tuvieron que pasar más de seis años para que Obama pusiese los pies en la Rue de la Loi.

Las reuniones confirmaron que no hay una posición compartida sobre el clima, el comercio y Rusia. El plan de acción conjunto sobre el comercio se centrará más en tratar cuestiones específicas y menos en avanzar en el tratado de libre comercio, ese que nadie quería y que ahora todos reclaman. Trump sí se mostró favorable a facilitar el comercio de productos alimentarios, reducir la burocracia y llegar a un acuerdo sobre las normas en el sector del automóvil.

Al mandatario le molesta que los alemanes vendan millones de coches en Estados Unidos y aunque seguro que en sus garajes guarda algún que otro modelo germano, nos tememos que los embajadores estadounidenses en ciudades como Roma o París tendrán que cambiar los Mercedes por los Cadillac. El sumun del acercamiento con la pérfida UE tuvo lugar cuando el presidente expresó su preocupación por los empleos estadounidenses que se perderán debido a Brexit. Así que sin echar las campanas al vuelo, y sin conseguir arrancar una sonrisa a un poco cortés Papa Francisco, -debería haberse reido, aunque sólo fuera por ver la mantilla que llevaba Ivanka-queda de relieve que América primero, sí, pero por lo visto estos días, también muy cerca de Europa.