La cumbre mundial Trump-Putin-Le Pen no está descartada, pero se aleja paradójicamente después del mejor resultado del Frente Nacional en su historia radical. Francia se ha entregado al banquero de inversiones Macron para aplastar a la primera mujer en posición de alcanzar el Elíseo, desde la ultraderecha.

Los franceses han liquidado el entramado tradicional de los partidos políticos, el bipartidismo galo suma menos de la tercera parte de los votos. El movimiento En Marcha de Macron, un Albert Rivera intelectual, señala desde su denominación que el exministro de Hollande se presentaba por primera vez a unas elecciones. La derecha de raíz gaullista nunca había sido liquidada en la ronda de clasificación. El socialismo ha sido apartado por segunda vez en este siglo por la ultraderecha. Al igual que sucedió en Austria, la victoria del candidato civilizado ante una extrema derecha pujante solo maquilla la magnitud de la fractura social.

La candidata de Trump ha superado la primera vuelta de las presidenciales francesas, en la segunda plaza. Marine Le Pen obtuvo un 18 por ciento de sufragios en las pasadas elecciones. Ahora rebasa esa marca con menos fuelle del anunciado. Dobla en sufragios a su padre, que arrinconó en 2002 al socialista Lionel Jospin por solo doscientos mil votos. Se ha registrado la mayor abstención desde aquel seísmo original.

Aunque el Frente Nacional esta "desdiabolizado", por emplear el vocablo de Le Monde, de inmediato se sucedieron los pronunciamientos a izquierda y derecha que invitaban a votar a Macron en la segunda vuelta. O más sutilmente, a no votar a Marine Le Pen. La condición femenina juega en su contra, aunque la mayoría de sus votantes son hombres. Conviene no olvidar que la hija del fundador del FN es una excelente candidata, tan experta como Trump en desarbolar a los periodistas que desean cobrarse su pieza.

Ante el auge del lepenismo, Francia ha encontrado en Macron a un candidato para todas las ideologías. El fervor inmediato que su victoria ha desatado entre los partidarios de Fillon, o en el gobierno de Hollande, demuestra que ambos bandos decrépitos no habían depositado la mínima confianza en sus candidatos oficiales. De haber optado por el cartesianismo, hubieran presentado a un candidato único que apartara a Le Pen desde la primera vuelta.

Con otra Le Pen enfrente, Macron sustituye en 2017 al Jacques Chirac de 2002. El probable ganador de la segunda vuelta no se encuentra a la izquierda de los supuestos chiraquianos, pese a su cartera en un Gobierno socialista. Hasta Trump lo tendría difícil para no ver en el líder de En Marcha a un partidario de "Francia y los negocios first".

El furgón de los perdedores está encabezado por Fillon, un hijo de notario de provincias con la estampa de hijo de notario de provincias. Un calco de Rajoy. Su estrepitoso fracaso, y la velocidad a que le han abandonado los miembros de su candidatura, demuestra que la corrupción solo se ve recompensada por las urnas en España. También demuestra hasta qué punto ha interiorizado Macron los valores de la derecha.

El liderazgo de los derrotados corresponde a Hollande, el primer presidente que descarta aspirar a un segundo mandato. El papel de agónica supernova correspondió a Mélenchon, un candidato en la línea de Corbyn o Sanders que demuestra que hasta el trotskismo dispone de opciones en el desquiciado mapa político occidental.

El desequilibrado duelo Macron-Le Pen tranquilizará a los mercados y a Bruselas. La racial Marina no es la causa de la autodestrucción de Europa, sino su efecto. Los franceses vuelven a demostrar la extinción del voto de convicción, reemplazado por el sufragio de conveniencia.