"Nada está decidido hasta que todo lo está". La máxima que circula por los despachos de Bruselas desde hace décadas cobra realce en uno de los momentos más críticos en la historia de la Unión Europea. Este año, en el que se cumple medio siglo de la firma del Tratado de Roma, el gran mercado del viejo continente se debate en una encrucijada para la que los euroburócratas aún no tienen un plan.

Al inesperado mazazo del sí al 'Brexit', una de esas cosas que de las que siempre se habla pero que ni Juncker ni el resto de la Comisión creían posible, se une ahora ese desprecio del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, por todo lo que tenga que ver con los socios del otro lado del Atlántico. A Trump no le gusta el multilateralismo, igual que los americanos conservadores, todo hay que decirlo, nunca estuvieron por el afianzamiento de la Unión, a la que veían como competidora. En Estados Unidos nunca saludaron con entusiasmo el nacimiento del euro que ha logrado hacer sombra al dólar durante algunos años.

Donald Trump y Theresa May vienen a poner patas arriba ese lento devenir de la Comisión, siempre inmersa en negociaciones eternas de las que el ciudadano apenas es partícipe. El Tratado de libre comercio con Estados Unidos parece alejarse, a la vez que Theresa May, la primera líder mundial que visitará la Casa Blanca -la cita es el el próximo viernes- avanza con Trump en un acuerdo bilateral que el presidente, con intereses económicos en el Reino Unido, ya anunció durante la campaña electoral.

Y ahí es donde Bruselas ha empezado a ver el peligro real. El portavoz de la Comisión, Margaritis Schinas, se ha apresurado a decir que no hay nada en los tratados que impida a un estado miembro iniciar negociaciones individuales con otro. Otra cosa es que esos acuerdos se lleven a la práctica antes de que este largo divorcio se consume.

El desapego anglosajón y estadounidense por la UE podría volverse una oportunidad para relanzar esa idea de que "más Europa" es la solución. El problema es que por medio andan Marine Le Pen y sus tesis ultranacionalistas, la extrema derecha holandesa y una Ángela Merkel que vive horas bajas. La vieja Europa podría triunfar si alguien como Jacques Delors o Robert Schumann volvieran a tomar las riendas. Una de las peores papeletas las tiene el francés Michel Barnier, de 51 años, ex comisario europeo de Política Regional, designado para negociar con el Reino Unido una salida "limpia".

El gobierno británico debe obtener ahora la aprobación del parlamento antes de iniciar el proceso formal de retirada. La medida no afecta a los gobiernos descentralizados de Escocia, Gales e Irlanda del Norte. La libra sube frente al dólar y a Juncker no le salen las cuentas.

Un punto en el que Londres y Bruselas están de acuerdo es que el período para las negociaciones será corto. Desde el momento en que May invoque el artículo 50, los negociadores tendrán menos de 18 meses para alcanzar un acuerdo, lo que da tiempo suficiente para que el Parlamento Europeo y los políticos británicos lo ratifiquen. Las próximas elecciones en la Unión Europea están previstas para 2019, por lo que a los negociadores de ambos bandos les preocupa que el Parlamento sea el principal obstáculo. El consenso es mínimo. May tiene que lograr dos acuerdos principales: uno sobre la retirada del bloque, que incluye los temas de fronteras, presupuestos, pensiones para los empleados británicos de la Unión Europea y una tasa de salida de hasta 60.000 millones de euros. La segunda parte está relacionada con la relación comercial futura del Reino Unido con el bloque europeo. Barnier se inclina por negociar los tratados parte por parte. Al final de todo se abrirá un abismo lo que se vislumbre al final tendrá mucho que ver con el sentido común que se aplique ahora. A la Comisión le conviene tener un plan ya, y a los ciudadanos de la UE más aún.