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¿Prefiero convertirme en zombi o en votante de Trump?

¿Prefiero convertirme en zombi o en votante de Trump?

Esto de la globalización es una gaita, los yanquis únicamente son quienes votan al que va a ser nuestro presidente y yo no he podido ejercer mi derecho, que si me voy a fastidiar quiero tener la opción de tirarme al pozo yo también. A ver si sólo los nacidos en Idaho o Minnesota pueden pegarse un tiro en el pie al grito de «a vosotros os va a doler más que a mí». Me parece que el sufragio debería ser más que universal, planetario, ya que de momento no existe la posibilidad de salir escopeteado de la Tierra.

Pero ya no vale llorar; mira que os lo advertí, y ahí está la hemeroteca que no me dejará mentir: después del triunfo del «Brexit», del referéndum de Colombia y de la victoria de Trump llegará el Apocalipsis Zombi. Afortunadamente he leído bastante del género, me he visto entera «The Walking Dead» y sus secuelas, sé perfectamente cómo matar un zombi y previsoramente mandé afilar mi katana émula de la de Michonne, de modo y manera que tengo cuchillas de afeitar que cortan menos. Ahora sólo me falta adquirir habilidad y eso precisa entrenamiento, de tal forma que se acabó el running vespertino para siempre y la espada japonesa será mi compañera fiel.

Tienen algo en común los zombis y los votantes de Trump: son lentos y no demasiado avispados, pero desde su posición tienen una gran ventaja, que son muchos. No me importa enfrentarme a ocho o diez, porque mientras a uno le cortas la cabeza el otro no llega a alcanzarte, pero, claro, si son más corres el riesgo de ser mordido y convertirte en uno de ellos. Tampoco sé muy bien si preferiría convertirme en paseante muerto o en votante de Trump, aunque lo segundo tiene más morbo por lo que supone mirar al vacío y dejarse caer. Esa tentación que a todos nos seduce de tanto en tanto, como cuando tenemos una llaguita en la boca y la lengua la busca una y otra vez haciéndonoslas pasar canutas, pero sin poder evitarlo.

¿Hay algo bueno en la victoria de Trump? Pues hombre, no lo sé y no se me ocurre de repente, pero tan malo tan malo no va a ser. ¿O sí? De momento imagino dos cosas: se acabó el «buenismo» y ya Mariano me parece un tipo sensato, razonable y hasta centrista, porque en la comparación gana por goleada. La madrugada del miércoles mientras escuchaba los escrutinios repasaba presidentes americanos, por lo menos los que he conocido, pensando si podía concebir uno peor. Reagan era un tipo de ultraderechas, pero formal y fiable; Nixon podía ser mentiroso compulsivo, pero no parecía especialmente peligroso para el Mundo y Bush hijo, bueno, tenía a Aznar-Ansar para llevarle por el buen camino.

Me congratulo en cambio del fin del «buenismo», esa postura de medias tintas tan del gusto de Zapatero y su alianza de civilizaciones, ese no hacer para no molestar a los que se ríen de nosotros y les importa tres pitos nuestra democracia, el poner la otra mejilla una y otra vez cuando sabes que te van a partir la cara. No veo yo al bravucón de Trump dejándose comer la tostada, aunque ya veremos si las bofetadas que no les den a ellos no nos las dan a nosotros, los europeos, que somos más condescendientes con los que tratan de hacernos desaparecer y zamparse nuestra cena.

Esto de la democracia está sobrevalorado, también lo he escrito alguna vez y, visto lo visto, me da pánico. Tengo la sensación últimamente de estar conduciendo en sentido contrario pensando que voy por el correcto mientras los coches hacen sonar las bocinas y se tocan la sien como si estuviera loco. Una amiga mencionaba el otro día que quizá es que la idea del mundo que tenemos en nuestra cabeza es falsa y ya no funciona así. Es probable que estemos condicionados por apriorismos erróneos, como que los votantes son sensatos, analizan las ideas que se presentan a concurso y eligen en conciencia lo que más les interesa.

Los bienpensantes imaginamos que el votante de Trump o del «Brexit» es un campesino analfabeto del Midwest o de la Inglaterra rural que nos quiere dar en «tós los morros» a los «señoritos cultos» de ciudad. Es verdad que habrá muchos así, pero perdemos de vista la desesperación de una clase media empobrecida que cree en recetas milagrosas y rápidas para volver al tiempo pasado, cuando no tenían hijos en el paro, las pensiones eran aceptables, los trabajos bien pagados y daba para un coche y unas vacaciones de vez en cuando. Son caldo de populismo, es verdad, de mezclar churras con merinas y pintar con brocha gorda que todos los inmigrantes son ladrones y todos los árabes, terroristas, pero parece demostrado que la sensatez cotiza a la baja y las propuestas realistas tienen poco que hacer ante las píldoras que curan todos los males como el «bálsamo de fierabrás».

Lo quieren todo y lo quieren ya, y les da igual que se lo prometa dios o el diablo o que, en su fuero interno, sepan que es imposible, porque, al fin y al cabo, les mantiene en la esperanza. Ellos han hecho presidente a Trump y dado una patada en su patricio culo a Hillary y seguramente no se han planteado otra cosa más allá de gritarnos a todos los que creemos en el sistema su universal e imponente cabreo. Yo que ustedes me ponía a entrenar para matar zombis con solvencia, porque ya están ahí.

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