El triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales en EE_UU supone la victoria, sobre el papel, del ultranacionalismo económico del heterodoxo. El líder republicano quiere renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Fafta), revisar el Tratado Transpacífico de Cooperación Económica (TTP), pendiente de ratificación, y cuestiona el aún nonato Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP).

Precisamente sobre éste último recnocían en Bruseslas ayer que entrará en una «pausa natural», porque «la nueva administración tendrá que ocupar su puesto». A finales de año haremos un balance de dónde estamos y lo discutiremos con los Estados miembros», reconocía ayer la comisaria europea de comercio Cecilia Malsmström.

Trump también ha amenazado con abandonar la Organización_Mundial de Comercio (OMC) si se le impide gravar con impuestos a las empresas que trasladen producción al exterior, invocando el lema «Estados Unidos primero» y amenaza con imponer aranceles disuasorios a las importaciones de México y_China. Desde la OMC, sin embargo, han decidido optar por la cautela tras la elección de Trump como presidente. «La OMC está lista para trabajar con la nueva administración estadounidense», señaló ayer su director general, Roberto Azevêdo. «El papel de Estados Unidos como líder en la economía mundial y el sistema comercial multilateral sigue siendo vital», subrayó Azevêdo.

Proteccionismo

El proteccionismo, al margen de Trump, está de vuelta. Reino Unido decidió el 26 de junio abandonar la UE (la más importante zona de libre comercio del planeta) con el voto favorable de áreas de tradición industrial que sufrieron desmantelamientos fabriles; China y los grandes productores occidentales de acero protagonizan una escalada de medidas «antidumpig» y acusaciones de competencia desleal y barreras al comercio; los populismos eurófobos ganan posiciones electorales en diversos países de la Unión; el rechazo al_Tratado de Libre Comercio con_Canadá (CETA) y EE_UU (TTIP) se afianza en amplios sectores europeos, y las políticas monetarias ultraexpansivas favorecen un soterrada devaluación competitiva, que ya fue denunciada en 2010 por el entonces ministro brasileño de Finanzas, Guido Mantega, y en enero por el gobernador del Banco de Reserva de India, Raghuram Rajan.

En julio, las potencias del G-20 expresaron en Chengdu (China) su inquietud por el auge proteccionista; el Fondo Monetario_Internacional_(FMI) reclama una «globalización inclusiva», sin perdedores, para frenar la tentación aislacionista; el director general de la Organización_Mundial de Comercio_(OMC), Roberto Azevêdo, clamó meses atrás contra el_«alarmante aumento de las medidas restrictivas al comercio» adoptadas por diversos países, fundamentalmente avanzados; y la patronal industrial alemana (BDI) reprochó que desde el inicio de la crisis, en 2008, y sin contar los aranceles, se hayan adoptado en las economías del G-20 más de 1.400 decisiones limitativas del comercio.

Sadomasoquismo

La constatación de que la escalada proteccionista y las represalias comerciales conducen a la depauperación general (prácticas «sadomasoquistas» las denominaron los monetaristas Milton y_Rose Friedman) y que la globalización -sin medidas paliativas compensatorias y sin controles que atenúen los efectos no deseables y los abusos- crea desigualdad, exclusión, asimetrías injustas y desafección (lo que, a su vez, también es un freno al crecimiento) sitúa necesariamente el debate no en el maniqueísmo de los extremos sino en la mesura de territorios templados.

Las experiencias conocidas avalan que los proteccionismos, y más los nacionalismo a ultranza y las pretensiones autárquicas, acaban en estancamiento y miseria. Ocurrió durante la Gran_Depresión, cuando EE_UU trató de salir de ella adoptando en 1930 la Ley_Smoot-Hawley para defender su mercado y la producción nacional. La norma desencadenó una espiral de respuestas defensivas por los socios comerciales y la resultante fue el hundimiento de las exportaciones estadounidenses (cayeron el 67% en tres años), el retroceso del comercio mundial (se contrajo el 25%), el debilitamiento de la producción global (se redujo el 10%) y el agravamiento de la recesión internacional. Ahora el comercio entre países también está cayendo y en la primera mitad de este año retrocedió a niveles de 2010.

El tráfico comercial mundial reculó más del 6% en el primer semestre y se comportó mucho peor que el PIB global. Esta disparidad alarmó a algunos analistas. La relación casi siempre había sido la inversa. Entre 1960 y 2015 el crecimiento medio del comercio fue el 6,6%, casi el doble de lo que avanzó la economía global (3,5%). Ahora se han invertido el proceso, lo que, sumado a que las grandes crisis fueron anticipadas muchas veces por retrocesos en el comercio, hizo cundir la inquietud, expresada, entre otros organismos, por la OCDE, que el 21 de septiembre avisó sobre la inquietante combinación de un comercio débil, una inversión escasa y unos tipos de interés demasiado bajos.

El temor se acrecienta porque la regresión comercial se suma a un PIB mundial débil, que el año pasado tuvo el menor crecimiento de los últimos seis años, y porque existe el riesgo de incurrir en un esquema perverso: la desaceleración propende a incentivar la adopción de medidas defensivas, y la instauración de mecanismos protectores ahonda más la ralentización.

Nueva normalidad

El FMI admite la influencia -aunque no cuantificable- del «reciente repunte del proteccionismo» en la lentificación económica. Sin embargo, la pérdida de impulso de los intercambios globales tiene también otros componentes: el agotamiento del modelo de crecimiento de China desde 1978 (voraz acaparador de materias primas de varios continentes y gran fábrica mundial emisora de productos baratos al resto del planeta) y su transición hacia un patrón diferente de crecimiento; la sobrecapacidad productiva mundial tras las fortísimas inversiones en la fase alcista del ciclo -acrecentada por la caída de la demanda internacional a causa de la crisis- y el consiguiente hundimiento de los precios de las materias primas desde 2014 como resultado del entrecruzamiento de ambos fenómenos más la guerra entre productores de crudo

Por unas y otras causas, el Banco Central Europeo (BCE) sostiene que el comercio mundial ha podido entrar en una «nueva normalidad» y que el intenso dinamismo de los años 90 y 2000, a diferencia de lo que cree la OMC, podría haber sido una situación excepcional e irrepetible.

Esta tesis conduce a la convicción de que la globalización de los últimos decenios habría alcanzado unos niveles tales de materialización, que, una vez conquistadas determinadas cotas, la resultante, por el efecto de los vasos comunicantes, habría sido la aproximación de las condiciones entre áreas y, en consecuencia, un repliegue parcial de la mundialización, dado que se habrían estrechado las diferencias de costes y salarios, y, en determinados casos, los niveles de capacitación y tecnificación. Esta minoración supone que el avance tecnológico de países emergentes como China les permite ser más autosuficientes: en 1990 Pekín importaba el 60% de los componentes de los productos que ensamblaba y ahora compra el 35%.