Tras casi dos años de batalla contra un virus aliado con el analfabetismo, la falta de recursos médicos y la desatención internacional, África Occidental ha logrado superar la epidemia de ébola más grave de la historia, que ha matado a 11.300 personas y ha condenado la vida de muchas más.

Como en un prólogo de Hollywood, la tragedia se gestó a finales de 2013 en un pequeño pueblo de Guinea Conakry, donde un niño de dos años que jugaba con murciélagos alojados en un tronco hueco enfermó repentinamente y murió a los pocos días.

Siguiendo las tradiciones funerarias de la región, el pequeño Emile fue velado durante tres mañanas con caricias y besos de sus familiares y vecinos, lo que desencadenó la propagación de la enfermedad y le convirtió en el paciente cero.

Tres meses después, el Gobierno guineano informó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) de que había detectado 80 contagios de ébola, 59 de ellos con resultado de muerte.

La mayor parte de los enfermos residía en zonas fronterizas con Sierra Leona y Liberia -países que terminarían siendo los más devastados por el virus- y Médicos Sin Fronteras alertó de que podría convertirse en una "epidemia sin precedentes".

Sin embargo, la OMS consideró que el brote estaba siguiendo los patrones establecidos, y que, si bien era una situación preocupante, distaba de ser extraordinaria.

Con una tasa de mortalidad del 90% y sin tratamiento ni vacuna conocida, los contagios y las muertes crecieron de forma exponencial en pocos meses.

El analfabetismo generalizado de la zona, donde la cebolla cruda y la fe son los métodos de curación más aceptados, fue un factor decisivo en la propagación.

En junio, el virus había matado a 518 personas en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Nigeria; en agosto a 1.779 y en septiembre a 2.461.

La epidemia solo fue percibida como una amenaza real cuando cruzó los océanos para su inevitable desembarco en otros países, como Estados Unidos o España.

Su extrema peligrosidad vista desde cerca provocó la reacción de las potencias internacionales, que comprometieron grandes partidas económicas y enviaron médicos apoyados por destacamentos militares.

Este despliegue, junto a la acción intensificada de la OMS -que finalmente admitió su error en los cálculos de la propagación- permitió afrontar una epidemia que ya había generado miles de pequeñas tragedias en forma de muerte y estigma.

Porque hubo enfermos que lo superaron y que, al salir del hospital, chocaron con el miedo irracional de sus amigos y de sus propias familias.

"Perdí a mi marido. Se fue poco después de que me ingresaran y mis dos hijos estuvieron desatendidos muchos días en mi casa porque los vecinos no se atrevían a entrar", contó a Efe Siannie Beyan, una de las 4.000 personas que ha sobrevivido al contagio y que tuvo que buscar el anonimato en otra ciudad para poder rehacer su vida.

Además de personas, el virus también enfermó economías, incluso a miles de kilómetros de distancia.

Según una previsión realizada por el Banco Mundial, el ébola ha costado 32.000 millones de dólares a la región y países como Kenia o Tanzania, que se encuentran a unos 5.300 kilómetros, vieron reducidas sus reservas turísticas en un 70%.

A pesar del fin de la epidemia declarado este jueves, la OMS sospecha que podrían aparecer nuevos casos en los próximos meses (Liberia ya ha sido declarada libre de ébola en dos ocasiones), por lo que mantendrá equipos de vigilancia y respuesta rápida en esta zona del continente.

El gran reto de la región, donde actualmente hay desplegados 1.013 colaboradores de la organización, es la reforma de unos precarios sistemas sanitarios que apenas alcanzan para tratar enfermedades comunes.