Pese al anuncio inicial del cierre total de las fronteras francesas, finalmente el protocolo de seguridad se redujo a exhaustivos controles aduaneros en los aeropuertos. El vuelo procedente de París-Orly que tenía programada su llegada a El Altet a las 11.55 horas aterrizó con normalidad, de la misma forma que estaba previsto que también lo hiciera el que procede del aeropuerto de Beauvais y que llega a las 23.20. Los pasajeros del primero de estos vuelos abandonaban el avión con una primera sensación positiva: el alivio al pisar suelo español, aunque entremezclado con la profunda desazón que invade el país galo por lo ocurrido. «Antes de embarcar todo era tristeza, miedo y silencio», relataba Abecassis Jacqueline, parisina de 56 años desplazada a nuestra provincia por trabajo, al tiempo que reconocía una mayor «tranquilidad» a su llegada a Alicante-Elche.

Nabil y Susana no respiraron hasta que se reencontraron. Un abrazo entre maletas dejaba atrás una noche terrible. «Los ataques me cogieron en casa, en un distrito lejano a los hechos, pero fue horrible», recordaba con frescura él, también natural de la capital francesa. Ella, de Murcia, se temió lo peor: «Al principio tuve la preocupación lógica, pero estuve en contacto con él en todo momento. Asusta mucho ver las imágenes con los militares por las calles», lamentaba mientras asentía Nabil, quien tuvo a un amigo entre los asistentes al partido de fútbol entre Francia y Alemania que albergó el Stade-de-France, punto cercano al principal foco de acción y en cuyo interior los espectadores quedaron aislados por protección: «Muchas personas andaban perdidas por las calles. La ciudad estaba bloqueada y no podían llegar a sus hogares. Se creó un fenómeno en internet (mediante el hashtag #PorteOuverte) y mucha gente acogió a otra. También los taxistas se ofrecían para hacer viajes de forma altruista. Es una guerra. En otro formato pero lo es. En menos de un año hemos tenido dos casos así», narraba. Por la mañana sí tuvo que salir para acudir al aeropuerto y, aún con el pánico en el cuerpo, no le quedó otra alternativa que reunir valor para saltarse las recomendaciones del estado de emergencia y coger un autobús: «París ya no es una ciudad segura».