"¿De cuántos barcos dispone, almirante?" "De ninguno." La flota de la Marina somalí fue robada en 1991. Sería de chiste si no tuviera efectos dramáticos, pues ilustra la libertad con que pueden navegar los piratas y que Somalia difícilmente se deshará de ellos. Los saqueos y los secuestros, como el del Alakrana, son una actividad rentable en un país desmadejado.

Sentado en una silla de plástico blanco, con los puños cerrados sobre su mesa de despacho en Mogadiscio, el almirante jefe Farah Ahmed Omar está ocupado explicando su plan para deshacerse de los piratas somalíes. "Hemos de atacarles en tierra, destruir sus bases y acabar con el apoyo que reciben de la población", explica mientras se quita la gorra de su rango en medio del intenso calor reinante. "A continuación podremos derrotarles también en el mar", añade.

Flanquean al almirante unos oficiales vestidos con camisas de color amarillo desteñido y pantalones oscuros que asienten sistemáticamente, pero las palabras del comandante en jefe contrastan violentamente con la realidad que le circunda. La entrevista se lleva a cabo en la planta baja de un deteriorado edificio situado en la zona del antiguo puerto de la capital somalí. Los dos astillados pupitres y las sillas de la oficina del almirante componen todo el mobiliario del centro de mando.

Las puertas fueron robadas o destrozadas hace tiempo, y los marcos son todo lo que queda de lo que un día fueron ventanas. Asomando por una de ellas, situada detrás de los oficiales, la maleza de dos metros de alto empieza a invadir la estancia. Vigilado por escasos soldados y un grupo de milicianos, el edificio consta de una serie de habitaciones y pasillos vacíos llenos de cascotes. La zona del antiguo puerto de Mogadiscio ha quedado casi totalmente destruida durante los últimos 18 años de guerra civil.

A mitad de la entrevista, una pregunta coge desprevenidos a los oficiales y una nube de inquietud cubre sus rostros sudorosos: "¿De cuántos buques de guerra dispone en este momento, almirante?". "De ninguno", es su inmediata respuesta. ¿Qué hay de los buques que tenía antes de la guerra civil? "Nadie sabe dónde están. Fueron robados", admite el almirante. Un repentino y penoso silencio se abate sobre la estancia antes de que el comandante Omar lo rompa con otra revelación sensacional. "Estamos empezando de cero –afirma–. Sólo contamos con una sólida voluntad de superar todos estos problemas".

La antigua Marina somalí dejó de existir

Según fuentes somalíes, en Mogadiscio, cuando estalló la guerra civil en 1991, un oficial de la Marina huyó a Yemen con un grupo de marineros y la flota al completo, que destinó a la creación de una empresa pesquera. La antigua Marina somalí dejó de existir ese día, y la nueva no parece poder equiparársele. Sin buques de guerra, sin armas, sin siquiera una capitanía como tal, la situación no constituye el punto de partida ideal para luchar contra lo que se ha revelado como uno de los sindicatos del crimen más eficaces y mejor organizados del mundo.

El Centro de Información sobre Piratería de la Organización Marítima Internacional informa de que los piratas somalíes secuestraron 32 navíos y llevaron a cabo más de 140 ataques sólo durante los primeros nueve meses de este año, superando ya las cifras registradas en todo el 2008. La piratería es una de las pocas actividades económicas rentables en Somalia; emplea a cientos de personas e insufla decenas de millones de dólares en la economía sumergida del país. Mientras que algunos piratas utilizaron el dinero para construirse grandes mansiones y comprar coches de lujo, otros prefirieron mejorar las vidas de sus paisanos del nordeste de Somalia estimulando un crecimiento económico propulsado por el saqueo y los rescates pagados para liberar a las tripulaciones secuestradas.

La guerra en Somalia ha causado miles de muertes y el desplazamiento de 1,5 millones de personas en los últimos tres años, según las Naciones Unidas y los grupos locales de defensa de los derechos humanos. Los rebeldes islámicos de Al Shabab, vinculados a Al Qaeda, quieren derrocar al Gobierno, al que consideran un títere que defiende los intereses de los países occidentales.

Derrotar a los piratas resulta difícil, incluso para la fuerza multinacional naval que opera en el golfo de Adén. Deshacerse de ellos será probablemente una tarea insalvable para la inexistente Marina somalí, pero los planes del almirante demuestran a las claras la fuerza de su empeño. "Sólo necesitamos un 10% del dinero que la comunidad internacional da a la fuerza multinacional", dice retando a la incredulidad pintada en las miradas de los presentes. "Contamos con una buena estrategia para vencerles, mejor que la de la fuerza internacional, pero los países occidentales deben apoyarnos con buques y ayuda".

Tal vez fatigado de 18 años de inactividad, el almirante se halla deseoso de probar su nueva fuerza naval tan pronto como sea posible, pero es improbable que la operación comience en un breve lapso de tiempo. Las autoridades locales sólo controlan un tercio de la capital y no pueden echar mano del escaso dinero que obtienen de derechos de aduanas y otros gravámenes para financiar la nueva Marina somalí. Sin blanca, acosado por los empedernidos ataques que lanzan los rebeldes islámicos de Al Shabab e Hizbulah, el Gobierno Federal de Transición (GFT) gobierna nominalmente el país, pero no puede extender su autoridad más allá de unas pocas regiones centrales. Desde 1991, Somalia no ha tenido una Administración que funcione y se halle en condiciones de controlar su propio territorio, y la actual, dirigida por el presidente, el jeque Sharif Ahmed, no es la excepción de la regla.

La más pobre entre los pobres, la Marina ni siquiera puede vestir adecuadamente a sus hombres: como parte de su uniforme, los pocos soldados que custodian la capitanía visten brillantes gorras rojas con un logo del Real Madrid. Sesteando y jugando con sus móviles, parecen un grupo de mal equipados adolescentes en lugar de una fuerza militar propiamente dicha. Muchos se ven obligados a dormir en viejas tiendas de refugiados o en un par de edificios agrietados cerca del antiguo puerto.

Aquí, entre chatarra oxidada de vehículos y muelles en ruinas, se abre un espacio libre, vacío y polvoriento, donde un puñado de reclutas de la Marina completa su formación. "Mañana se celebrará la ceremonia de jura de bandera de los cadetes", revela orgulloso un oficial, al paso que saluda a un colega militar. Vestidos de uniforme blanco y mal alineados, apenas reaccionan a la presencia de sus oficiales: algunos de ellos rompen filas sin esperar la orden, otros mastican chicle o hablan con sus compañeros. En sus gorras azules portan el escudo de equipos de fútbol como el Arsenal y el Benfica. Pocos llevan zapatos. "Realmente necesitamos una escuela adecuada para formar a estos chicos –reconoce el almirante, anticipándose–. Pero antes hemos de renovar nuestro centro de mando."

De repente, el desfile es interrumpido por ráfagas de armas automáticas y disparos de fusiles kalashnikov. Sin escuchar las órdenes del almirante, los reclutas se esparcen por la explanada tratando de protegerse tras las ruinas circundantes. Abochornados, los oficiales intentan tranquilizar a sus huéspedes y hacer volver a sus hombres, sin resultado. Dos de ellos están en el suelo, pero no heridos: como si de un partido de fútbol se tratara, simplemente se han magullado los tobillos en la carrera.

El Ejecutivo se ve obligado a recurrir a milicias de clanes despiadados

Los choques enfrentan a dos grupos armados aliados que apoyan al Gobierno. Sin ejército propiamente dicho, el Ejecutivo se ve obligado a recurrir a milicias de clanes despiadados, de lealtad siempre dudosa debido a constantes cambios de alianzas en el seno del país. Algunos de ellos se han convertido recientemente en grupos armados independientes que secuestran a los pocos extranjeros que se atreven a aventurarse en Mogadiscio para venderlos al mejor postor.

Al depender de su apoyo, la Marina no es ni siquiera libre de operar dentro de esa área. Peor aún, su tarea se ve perjudicada por la actitud de algunos ministros de Somalia, para quienes la guerra contra los piratas no constituye una prioridad. Algunos de ellos congenian incluso con su causa. "En sus inicios, la piratería somalí protegió nuestras aguas territoriales de la pesca ilegal por flotas de otros países, cuestión que nadie menciona en Occidente", afirma el viceprimer ministro, Abdulrahman Ibrahim Adan, Ibbi. "Barcos de todo el mundo vienen aquí a robar nuestros recursos marinos. Naturalmente, los piratas actuales son delincuentes, pero si se resuelve el problema de la pesca se mitigará también el de la piratería", agrega.

Sin llegar a confiar su opinión sobre el asunto, el almirante se ve obligado, no obstante, a afrontar sus consecuencias. La mirada clavada en el mar parece anhelar el día en que, tras los enfrentamientos y conflictos, la flota de su país surque de nuevo las aguas. En cuanto a sus compañeros, resulta difícil lidiar con el recuerdo de la época en que mandaban una Marina propiamente dicha.