Los años treinta eclosionaron vehementemente en una Alicante pujante, culta; pero también revuelta, violenta e inquietante, como lo sería el país durante toda la década. Quemas de conventos y duermevelas de noche y simposios con Unamuno, Alberti y Figueras Pacheco de día. Una dualidad adictiva, peligrosa y trepidante. De vida difícil y película de las buenas.

Entre tanto, un Hércules en alza consumía divisiones a ritmo de vértigo en el flamante y coqueto estadio de Bardín, inaugurado en 1932 ante el Real Madrid. Un año después en aquella «bombonera» jugarían un partido de Copa el Atlético de Madrid y el Real Victoria, un equipo canario que jugó en Alicante su partido como local para abaratar los costes del desplazamiento a las islas. Era norma en la época. De aquel empate a dos, aparentemente ajeno a los intereses blanquiazules, comenzó a hilvanarse uno de los mejores equipos alicantinos de la historia.

La directiva del Hércules, presente en el partido, puso sus ojos en tres de los jugadores canarios, dos de ellos insultantemente jóvenes, que habían puesto en aprietos serios a los madrileños. La empresa era clara: atar a ese trío de desconocidos isleños antes de que cualquier otro club de la Península les echara el guante. El vicepresidente del club, Pascual Henares, encargó a Pepico, un empresario local y vocal de la directiva blanquiazul, la firma de los jugadores esa misma noche antes de que el Atlético (que jugaba en Segunda, una categoría más que el Hércules) se le adelantara. Pepico jugaba a favor: Pérez, Múgica y Tatono se hospedaban en su negocio, la fonda La Balseta, cerca del actual Portal de Elche.

Fichaje y dos ascensos

De noche, con la brisa de frente y la ciudad casi a oscuras, cuatro hombres caminaban por una Explanada cuya soledad anunciaba que el lunes era cada vez más próximo. «Entremos aquí», espetó Pepito a la terna de canarios. Era el Café Central, entre el célebre paseo y la calle Bilbao, donde los tres firmarían su primer contrato como profesionales. Eran los primeros pasos de un Hércules al que sólo frenó la Guerra.

Aquella astuta maniobra de la directiva blanquiazul daría sus frutos rápidamente porque sólo un año y medio después el Hércules debutaba en la élite del fútbol español. Era la temporada 35/36 y el conjunto alicantino se había convertido en el primer equipo en ascender de Tercera a Primera en dos años seguidos. Y buena parte de culpa la habían tenido el guardameta canario Pérez (el único internacional que ha aportado el Hércules en su historia) y el jovencísimo goleador Tatono.

Nacido en diciembre de 1915, Juan Antonio Pérez Rodríguez, Tatono, debutó con el club con sólo 17 años en un amistoso que terminó en goleada (3-0) al Betis dePrimera. Su alternativa oficial llegaría apenas unos días después, en el Campeonato Regional en La Zarandona, casa del Imperial de Murcia. Un partido tenso de la época, con agresiones entre ambos equipos. «Los guardias de asalto dieron varias cargas para despejar el campo al final del partido», rezaba la prensa al día siguiente. Un mes después marcaba su primer gol, aún con 17 años y todavía sin el famoso pañuelo en la cabeza que le identificaría para siempre. Fue el 1 de octubre de 1933, en la quinta jornada del Campeonato Regional disputada en Bardín contra el Real Murcia. El Hércules de Lippo Hertzka había formado con Pérez, Torregrosa, Maciá, Salvador, Cuenca, Páez, Aracil, Escrich, Capillas, Gomila y Tatono. Estos dos últimos habían hecho los goles de la victoria: 2-1.

Un ataque de fábula con Blázquez

Fiel al estiloso fútbol de la escuela canaria y con un olfato goleador soberbio formó un imponente ataque con Blázquez. Ambos habían guiado a base de goles al Hércules a la máxima categoría en la gloriosa 34/35. Tatono hizo nueve en aquel año del ascenso, pero Blázquez pasaría a la historia por hacer el definitivo ante el Celta el 28 de abril de 1935. Tatono esperaba turno.

Concretamente, hasta el 24 de noviembre del mismo año, cuando cazaba un balón en la tercera jornada de Liga para marcar el primer gol en la historia del Hércules en Primera División. Enfrente, nada menos que el Athletic de Bilbao y el portero Blasco. Ambos, referencia del incipiente fútbol español. Los leones ganarían esa misma Liga y Blasco cosnseguiría el premio al portero menos goleado, su tercero en apenas ocho años de historia de la competición. De esa manera igualaba a Zamora, su compañero de selección, el otro guardameta que hasta el momento había conseguido tal logro y que terminaría dando nombre al trofeo hasta hoy.

En aquella temporada del debut, el Hércules no sólo lograría un magnífico sexto puesto en Liga, sino que llegaría hasta semifinales en Copa, un hito que no ha vuelto a repetir. Tatono siguió jugando en el club, Guerra Civil mediante, hasta 1943, cuando decidió enrolarse en el Zaragoza. Allí pasó dos años y continuó en Segunda con el Salamanca.

Atrás dejaba muchos goles (85 en competición oficial), y muchas páginas y recuerdos imborrables en la historia del herculanismo, como la consecución del Campeonato Regional de 1940 o el gol más tempranero en la historia de los derbis con el Elche: minuto 2 del partido de promoción de la 42/43.

Pero ahí no quedaba la machada de Tatono porque un mes después de su gol al Athletic anotaba otro en el Metropolitano que encauzaría el primer triunfo del Hércules en una gran plaza Ese 1-2 (la victoria la completaría el costarricense Morera) en casa del Atlético de Madrid sería la primera victoria del Hércules como visitante en la Liga. Los colchoneros todavía maldecían la rapidez de Pepico en atar a ese trío de canarios bajo la luna de una ciudad en continuo cambio y que comenzó a adoptar al Hércules como una de sus más valiosas señas.