Cuando te coronan con 14 años como el mejor jugador del mundo nadie te explica que con 26 quizás tengas que ganarte la vida vendiendo Thermomix y siendo tripulante de un tren. Esta accidentada trayectoria la vivió en primera persona el extremo ecuatoguineano Jacinto Elá (Añisok, 1982), exjugador del Hércules en la temporada 02/03 y que hoy trabaja como educador social en un colegio de Primaria de Barcelona.

«Es genial, me llena de energía ayudar a los niños para que no se queden atrás en las clases», revela sonriente Jacinto, que colgó las botas con 26 años tras dejar por el camino tantos kilómetros como contratos sin cobrar. «El futbolista es un privilegiado, la gente te tiene en un pedestal sólo por correr, pero yo ahora soy feliz, siento que doy un servicio a la sociedad», explica el canterano del Espanyol que en 1996 fue aupado al estrellato, tras ganar la Nike Premier Cup al Borussia Dortmund.

«Cuando me lo dijeron pensé que era exagerado, Nike me hizo un contrato de tres años y me daba ropa gratis y dinero para mi madre; me sentía cuidado pero nadie te dice con esa edad los peligros que puede tener un futbolista», confiesa. De todas esas incertidumbres habla en Fútbol B, un libro que triunfa en Amazon.

Ostracismo

Una de esas inseguridades fue el «mobbing» que recibió en su primera experiencia en el extranjero. Tras quemar a ritmo frenético todas las categorías de la cantera del Espanyol le cerraron las puertas en el primer equipo y se marchó al Southampton. Allí no llegó a debutar y quedó relegado al equipo de reservas. «Me dejaron sin dorsal, no estuve ni siquiera cerca de jugar en la Premier, sólo una vez que me dijeron que me pusiera el traje; pero era para la foto», cuenta entre risas. «Al menos me di el gustazo de sentarme en el vestuario al lado de Le Tissier», presume.

Al Hércules para despegar

Para relanzar su carrera apareció en 2002 el Hércules, en Segunda B, por medio de Felipe Miñambres. «Me costó mucho coger la forma porque se entrenaba sólo una hora y media al día y yo venía de Inglaterra, donde desayunábamos, entrenábamos y comíamos en el club», rememora. Para su puesta a punto, corría por su cuenta por las tardes por la Playa de San Juan. En marzo, en su mejor momento, una salvaje entrada en un derbi amistoso contra el Elche le provocó la triada. Ya no volvió a jugar como blanquiazul. «Nadie te asesora para estar en el dique seco con 20 años, aunque fue el mejor momento de mi carrera, tenía los fines de semana libres», bromea. «La mayor espinita de mi carrera es mi paso por el Hércules, allí la gente siempre me aplaudía, guardo con recuerdo cuando salía a calentar», recuerda del primer club que se retrasó en sus pagos: «A los tres meses de llegar, pensé que dónde me había metido». Después llegó la cara más amarga del fútbol: impagos, años en blanco y mucha carretera. Su trayectoria se cruzó hasta con Piterman. Salió huyendo. Dundee, Gavà, Gramanet, Fundación Logroñés, Premià... Hasta que en 2008 dijo: «Hasta aquí».

Una vida nueva

«Yo pensaba que siempre podría trabajar levantando cajas, pero con la crisis ni eso», lamenta. Por eso se reinventó. Y nunca olvidó su origen. «La triada es grave, pero es peor que tu hermano no tenga trabajo». Hoy es feliz rodeado de niños, aunque al suyo no le pondrá un balón delante: «Que haga lo que quiera, yo sé lo que es sacrificar a una familia durante años, no quiero vivir mi sueño con mi hijo».