A la carrera, contra todo y contra todos. Un grupo de mujeres llega, con la mochila a cuestas, al célebre «campo de las cabras» de Garbinet para entrenarse. Sin vestuarios, se tienen que cambiar escondidas detrás de los árboles y rezar para que las porterías no estén ya ocupadas. Son los años setenta y casi por generación espontánea han formado un equipo de fútbol femenino; todo un rara avis en una España todavía franquista y que mira con sorpresa y cierto desdén que las mujeres hagan deporte.

Aquel grupo que goleaba a todos los prejuicios establecidos de la época paseaba el escudo del Hércules por los campos de la Comunidad e incluso de España. El equipo femenino blanquiazul existió durante la década de los setenta, coincidiendo con la etapa más dorada de la plantilla masculina, y sentó un hito en la visibilización y la inclusión de la mujer en el mundo del deporte alicantino.

Su alma máter fue un Enrique Vidal que se volcó para que tal hazaña se convirtiera en realidad. Su buena relación con el Hércules permitió que el club alicantino cediera el nombre, el estadio, las equipaciones y asumiera el gasto de los desplazamientos. Además, movía el cielo con la tierra para buscar patrocinadores para las camisetas que dieran un empujón económico. «El Hércules fue todo un pionero, no había clubes profesionales con sección femenina», asegura Andrea Piñero, una de las integrantes de aquel histórico equipo que llegó a jugar partidos en El Colombino y en La Rosaleda en un Trofeo Costa del Sol. Aquella hazaña, el hecho de jugar en plazas de Primera División, no pillaba por sorpresa a las chicas del Hércules femenino porque ya habían disfrutado del césped de La Viña. «Allí jugamos varios partidos, pero estropeábamos el césped y pasamos a Villafranqueza», cuenta Piñero, centrocampista de aquel equipo que se define «como un Miñano pero con más sangre».

Por las filas blanquiazules pasaron muchas jugadoras; Mari Carmen, Mercedes, Alonso, la propia Piñero y Aniorte, que llegó a jugar incluso con la selección española. «Jugaba de 10, pero es que era un diez en todo», la describe Piñero. Al principio no existía una liga como tal y se dedicaban a jugar amistosos hasta que Vidal logró un acuerdo para competir con los equipos de Valencia. «Cada dos semanas nos tocaba viaje, lo recuerdo como una época muy bonita porque también fuimos a Madrid y en verano nos llamaban de todos los pueblos que estaban en fiestas para que jugásemos», revela una Piñero que fue captada para el equipo herculano en las calles de La Florida, donde jugaba entre piedras con los chicos del barrio.

Un fútbol todavía excluyente

Aquello trajo revuelo entre unos vecinos que buscaban explicación en los padres de Andrea de por qué su hija participaba en juegos «tan poco femeninos». «¿Es que está haciendo algo malo?», contestaba su madre. «A mí me daba igual, me gustaba el fútbol y me lo pasaba bien; y me cogían de las primeras cuando hacíamos los equipos a chapí-chapó», confiesa Piñero con una sonrisa.

Hoy sigue fiel al Rico Pérez, donde cada quince días sufre con su marido e hijos. Pero avisa: «El fútbol todavía sigue siendo machista, tenemos que hacer el doble que los hombres para que nos reconozca».

Aquel equipo del Hércules desapareció a finales de los setenta, pero dejó una semilla que ha terminado de explotar en la ciudad recientemente. Que no vuelva a irse.