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Réquiem por Santamaría veinticinco años después

En enero de 1993 ETA mató de un tiro en la nuca al exjugador del Hércules en San Sebastián

Santamaría, en los 70, durante su etapa como blanquiazul. información

En plena víspera de la Tamborrada donostiarra, la noche del 19 de enero de 1993 la banda terrorista ETA asesinó a bocajarro al exfutbolista del Hércules José Antonio «Tigre» Santamaría (San Sebastián, 1946) mientras cenaba en la sociedad gastronómica Gaztelupe, en pleno centro histórico de la ciudad y a pocos metros del epicentro de la fiesta.

Santamaría, retirado desde 1975, había reconducido su vida hacia la hostelería y había sido propietario, entre otros negocios, de la discoteca Ku, en Ibiza, una de las más famosas del mundo, ahora renombrada como Privilege. En sus últimos años su nombre había aparecido en el Informe Navajas, una investigación del fiscal Luis Navajas de la que se hizo amplio eco el diario Egin, en la que se le asociaba a una trama de sobornos a las fuerzas de seguridad para ocultar una red de contrabando y narcotráfico.

De aquel célebre informe que conmovió Euskadi en los años ochenta poco más se supo, quedó cerrado sin condenas, pero dejó dos muertes a manos de ETA; una de ellas la de Santamaría, que dejaba viuda y tres hijos: Nagore, Joseba y Oder.

Dos meses antes de la tragedia, Santamaría había quedado en libertad sin cargos tras comparecer ante el juez Fernando Andreu, que no apreció en su actuación delito alguno. El exfutbolista siempre negó su implicación en la citada trama de narcotráfico y catalogó las acusaciones como «falsas y calumniosas». Según el exinto Diario 16, el exfutbolista había llegado a un pacto tácito con la banda armada para garantizar su integridad física. Pero no bastó.

Alrededor de las once y media de la noche, cuando por las calles de San Sebastián comenzaban a retumbar los tambores, tres individuos ataviados con gorros de cocinero entraron en la sociedad gastronómica Gaztelupe y le propinaron un tiro en la nuca mientras cenaba junto a un centenar de amigos. «La impresión fue tan fuerte que no hubo ni siquiera gritos», confesaba un testigo al Diario Vasco. El asesino, Juan Antonio Olarra Guridi, fue condenado en 2007 a 28 años de prisión. Valentín Lasarte fue sentenciado diez años antes y el tercero, José María Igerategi, no llegó a ser condenado al morir un año después del atentado.

Pese a la conmoción, la fiesta en las calles de Donosti no cesó y los tambores siguieron sonando. Algo que jamás olvidó la familia de Santamaría y de lo que siempre se arrepintió el alcalde Odón Elorza, que confesó en 2016 que no tuvo el valor ni los apoyos suficientes para suspender las celebraciones. La familia tampoco perdonó a quienes, según su parecer, divulgaron las calumnias y a quienes quedaron pasivos ante ellas: «Así fue como se seleccionó el blanco sobre el que disparó el asesino».

Un defensor de hierro

«Chocar contra él era hacerlo contra una roca, en un entrenamiento en La Viña se lanzó a los pies del habilidoso Iribarren y lo lanzó por encima de la valla», recuerda Pepe Varela, compañero del Tigre Santamaría en el Hércules. El donostiarra aterrizó a Alicante en 1971 tras cuatro años en Primera con la Real Sociedad y pronto ratificó su fama de zaguero rocoso. «Era un buen elemento, guardo recuerdos muy gratos a su lado; su pérdida fue un duro golpe», explica Varela.

La llegada de Santamaría coincidió con la de los jóvenes Carcelén y Albaladejo. El primero recuerda que era el típico vasco: «Con carácter, con un físico imponente y un buen compañero, le pegaba fortísimo a la pelota». Albaladejo siempre contó que le trató como a un hermano pequeño. «En los desplazamientos me llevaba casi de la mano y, después, cuando yo estaba en el Barça y él en el Sabadell comía en su casa a menudo; era un tío con mucha personalidad».

En el Hércules permaneció tres temporadas, formó una inquebrantable pareja de centrales con Eladio y celebró el ascenso a Primera de 1974.

Recuerdo

El pasado viernes, exactamente 25 años después del asesinato, varios amigos y compañeros de sociedad gastronómica se juntaron para rendirle un caluroso homenaje, justo en la misma mesa de Gaztelupe donde cayó abatido a manos de una banda terrorista que seguiría perpetrando matanzas durante 20 años más.

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