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Carcelén: las lesiones frenaron al comodín que fichó el Madrid

El centrocampista manchego, protagonista de los dorados años 70 del Hércules, no volvió a jugar a partir de los 28 años

Carcelén: las lesiones frenaron al comodín que fichó el Madrid

En la sofocante noche de verano del 12 de junio de 1971 dos jóvenes de Albacete pisan por primera vez en sus vidas un hotel, concretamente el alicantino Leuka, en la céntrica calle Segura. Ambos, de 17 años, se hospedan en la misma habitación. Nerviosos y sin saber muy bien qué hacer, ni siquiera bajan a cenar porque no recuerdan tenerla pagada. Al día siguiente debutarían con el primer equipo del Hércules en un amistoso en La Viña ante el exótico Port Vale inglés.

El club alicantino los había fichado tras despuntar en un Albacete de Regional, muy lejos del «Queso Mecánico» que luego sería. Los dos jugadores completaron ese curso que comenzaba, el de la 71/72, en el juvenil blanquiazul. Dormían en una humilde casa que tenía la tía de uno de ellos en el barrio de Ciudad de Asís, donde el ruido de los trenes retumbaba por todos los rincones. La primera experiencia fuera de casa siempre es complicada y uno de ellos, Perico Serrano, no tardó en comprar un billete y plantarse de nuevo en Albacete. Veinticuatro horas después su madre lo trajo de vuelta. El más espigado del dúo, Juan Antonio Carcelén (28-4-54), sería el que mejor carrera haría en el Hércules y en el fútbol, llegando a fichar incluso por el Real Madrid, aunque fue frenado prematuramente por unas lesiones que condicionaron toda su vida deportiva.

Centrocampista diestro polivalente, también lateral y hasta falso delantero con Arsenio en un Barça 0-0 Hércules, debutó en partido oficial con los blanquiazules en la 72/73, en Segunda División, de la mano de Jeno Kalmar. El técnico húngaro cambió a Carcelén físicamente. «Después de cada entrenamiento me tenía haciendo pesas porque yo era muy delgado y me vino muy bien», recuerda hoy el exfutbolista. Aquel año disputó 24 partidos con el primer equipo con sólo 18 años. El año anterior había sido campeón de España con la selección murciana, a las órdenes de José Víctor, ante la Guipúzcoa de Arconada y Satrústegui. Su buen hacer le valió para ser convocado para la Eurocopa juvenil que se celebraba en Barcelona. «Allí fui lesionado porque me había dado un golpe en un amistoso con el Hércules, aunque pude jugar algo», relata.

El despiste de Arsenio

Aquel accidentado debut con la selección juvenil lo volvería a repetir con el Real Madrid diez años después. Antes, en la 73/74, llegó Arsenio al Hércules y decidió ceder a Carcelén al modesto Hellín de Tercera, pese a haber jugado más de una veintena de partidos la temporada anterior en Segunda. Por tanto, no pudo cantar el ascenso a Primera, aunque sí que llegó a tiempo a despedir a La Viña en el último amistoso ante el San Lorenzo de Almagro. A partir de ahí ya regresó a las filas de un Hércules que comenzaba a escribir sus páginas más doradas. «En Primera Arsenio me dijo que él no sabía que yo ya había jugado con el primer equipo y que al verme tan joven me cedió al Hellín», explica un Carcelén que en su momento asumió con resignación ese regreso a los campos de tierra.

Del cuartel a San Mamés

En la 74/75, en la máxima categoría, tardaría en aparecer cuatro jornadas, las que le retuvo el servicio militar obligatorio que hacía en el cuartel de Benalúa. Su debut en Primera fue en San Mamés, donde el Hércules empató a dos, con goles de Barrios y el exrojiblanco Antón Arieta. El tanto de este último, elaborado por otro antiguo león, Joseba Betzuen, fue recibido con aplausos por el siempre respetuoso público de La Catedral.

Hasta ese 6 de octubre de 1974 el Hércules se entrenaba por las mañanas en el Rico Pérez y los reclutas Carcelén y Juan Carlos, por las tardes en La Viña a las órdenes de Benito Joanet. Protagonista en las dos mejores campañas recientes del club (un quinto y sexto puesto en la 74/75 y 75/76), se evaporó de las alineaciones titulares por culpa de los dos cuádriceps, de los que fue operado y que sólo le dejaron disputar 13 partidos oficiales en dos años. Tras una campaña recuperando sensaciones, resurgió en una fantástica 80/81 a nivel personal.

Al Bernabéu a golpe de talonario

En un equipo en el que habían brillado el batallador Kustudic y el escurridizo Churruca, la regularidad (jugó 37 partidos) y el dinamismo de Carcelén despertaron el interés de los primeras espadas del país. Primero fue el Valencia quien llamó a la puerta. El Hércules, en busca de un portero y al que se le había escapado el yugoslavo Pantelic, vio con buenos ojos la llegada del meta che Pereira más 25 millones a cambio de la salida de Carcelén. Acto seguido, varios socios mostraron su indignación por la posible salida de uno de los ídolos del club y propusieron una asamblea extraordinaria. Rico Pérez esquivó el problema y Pasieguito se quedó sin un Carcelén que le había enamorado años atrás en un Trofeo Naranja.

Con la portería ya cubierta -el Hércules presentó al polaco Tomaszewski- llegó una oferta del Real Madrid irrechazable para todas las partes. Los presidentes Luis de Carlos y Rico Pérez, junto con Manolo Calvo y el intermediario Roberto Dale, cerraron la operación: casi cuarenta millones de pesetas para el club y unos veinte para el jugador entre los tres años de duración de contrato.

Un enigmático sobre blanco

Apenas dos semanas después de su llegada al Real Madrid por petición expresa de un Vujadin Boskov que también se había interesado por Miguel Aracil, Carcelén se marchó de pretemporada con el equipo a Alemania. En el autobús, un trabajador del club comenzó a repartir a todos los futbolistas un sobre blanco. Cuando le llega a él, Carcelén dice: «¿Y esto qué es?». Ante la carcajada general, le preguntan: «¿Pero tú en qué mundo vives?». Eran las dietas para la semana en Alemania. «De eso no teníamos en el Hércules; eran casi 115.000 pesetas, ahí me di cuenta de que era un club señor», rememora Carcelén.

Allí, ante el modesto Bremerhaven, debutó en aquel meritorio Real Madrid de los García que acababa de perder la final de Copa de Europa ante el Liverpool. Pero en la primera acción de su segundo amistoso, en la Línea de la Concepción contra el Partizán, volvió a aparecer el fantasma de las lesiones. «Jugué de lateral, en una carrera apoyé mal el pie izquierdo y me dio un latigazo en la planta del pie que me condicionó todo ese año», explica. Esa campaña, la 81/82, jugó 24 partidos con el Real Madrid (17 oficiales) y ganaría la Copa del Rey, pero a final de temporada se vio obligado a pasar por el quirófano, con tan mala suerte que la cicatriz se le infectó. Otros seis meses sin jugar. Y en su regreso, unas molestias en su rodilla que no remitieron. No volvería a vestirse de corto. «Cuando acabó mi contrato (en la 83/84) me fui por mi cuenta a un médico y me dijo que tenía el cruzado roto y el cartílago desgastado».

Recibió la llamada del Hércules e incluso de Arsenio, por entonces en el Dépor, pero sus intentos por regresar fueron en vano.

Peleó en los tribunales y fue uno de los futbolistas pioneros en recibir una pensión por invalidez. Tras su retirada, trabajó en la CAM y llegó a ser entrenador del primer equipo del Hércules en la 89/90. Hoy, recién jubilado, disfruta de su familia y es comentarista en la SER.

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