«Señor Bernabéu, yo firmo, pero a finales de junio tengo que estar en Alicante porque son las Hogueras de San Juan». De esta manera tan excepcional negoció el portero José Sirvent Bas «Cosme» (San Vicente del Raspeig, 1927) su fichaje por el Real Madrid a mediados de mayo de 1952.

Cosme, junto a algún otro jugador del Hércules como Galbís, llevaba entrenándose con el Atlético de Madrid a petición expresa del entrenador Helenio Herrera varios días. Quizás más de los debidos sin recibir noticia alguna de su fichaje. Y estalló: «¡Me voy, me voy a la estación a comprar un billete para Alicante!». Su representante, atónito, trató de retenerlo y le citó en una céntrica cafetería de la capital. «Pero antes me saco el tren», replicó Cosme.

Con el tícket en el bolsillo de la chaqueta y la copa entre los dedos, el espigado guardameta atendió al ofrecimiento de su agente. «¿Tú quieres jugar en un equipo de Madrid?», le espetó. Cosme sorteó la evidente pregunta con un cómplice silencio. «En un equipo de Madrid que viste de blanco», continuó el representante. «¿De blanco? Que yo sepa sólo está el Real Madrid», le interrumpió Cosme. «El mismo», zanjó su interlocutor.

Casi a la carrera, los dos protagonistas recorrían la Castellana para llegar a las instalaciones del Nuevo Chamartín para reunirse con Santiago Bernabéu, santo y seña de la entidad merengue y que tres años más tarde daría nombre al estadio donde Cosme estaba firmando el contrato de su vida.

«¿Cuánto quiere cobrar?», le preguntó Bernabéu al portero alicantino. «Lo que ustedes crean oportuno», deslizó Cosme. Acto seguido, el dirigente blanco le entregó un cheque de 50.000 pesetas. Antes de que el hasta el momento portero del Hércules pudiera preguntar el porqué de esa cantidad, Bernabéu se anticipó: «Esto no es la ficha, es un regalo por haber firmado con nosotros».

«Ahí me di cuenta de que aterrizaba en un club señor», recordaba siempre un Cosme que llegó a tiempo a la estación para coger el tren que le devolvía a Alicante. La condición de estar en su tierra para las fiestas fue respetada por Bernabéu, no sin una advertencia: «En julio nos vamos a hacer las Américas».Un viaje triunfal e inolvidable

La historia dice que el gran Real Madrid se gestó tras el fichaje de Di Stéfano, pero un verano antes de la embrollada contratación de la Saeta Rubia (batalla entre culés y merengues incluida) el club castizo ya se proclamó campeón del mundo. Concretamente en Caracas y dejando en la cuneta al Millonarios de Di Stéfano, por cierto.

Aquella aventura transoceánica fue lo primero que hizo Cosme como madridista. «Me fui a América sin apenas entrenar», rememoraba. En aquel viaje donde recorrieron Cuba, Colombia, Venezuela y pasearon por la Quinta Avenida de Nueva York, el Real Madrid conquistó su primer cetro universal: la llamada Pequeña Copa del Mundo, germen de lo que años después sería la Intercontinental y hoy, el Mundial de Clubes.

Aquel título embrionario fue recibido en España como todo un hito y el recibimiento que le deparó la afición en el aeropuerto de Barajas a los jugadores madridistas todavía hoy es recordado. En aquella gira tan impropia del fútbol de los años cincuenta, Cosme disputó un partido: un atronador 2-8 ante la Juventud Asturiana de Cuba en el estadio de La Habana. En los nueve partidos restantes la meta madridista estuvo defendida por el emblemático Juanito Alonso, titular en las tres primeras finales de Copa de Europa que conquistó el Real Madrid.Bajo palos, por obligación

José Sirvent Bas -«Pepito» para su madre- había heredado desde bien pequeño el nombre de su padre, Cosme, y ya nunca se pudo desprender de él. «Cuando empezaba a despuntar en los partidillos del barrio todos preguntaban quién era y la gente decía: 'El de Cosme'. Y así se quedó», recuerda en la actualidad su hijo que sí que puede presumir de llamarse Cosme en su carnet de identidad.

Lo cierto es que nuestro protagonista no comenzó a jugar al fútbol de portero, sino que lo hizo de delantero. «Me gustaba entrar al choque», bromeaba una vez ya retirado. Pero rompía mucho las zapatillas y se resfriaba porque le entraba agua por los descosidos. «No vuelvas a jugar al fútbol», le llegó a decir un día su padre. Dicho y no hecho.

Cosme hizo caso omiso y pagó las consecuencias. «Una vez se quedó atado con una cadena a la pata de la mesa del comedor para que no se fuera a jugar», cuenta su hijo.

Pero ante la necesidad, ingenio. Cosme encontró la manera de convencer a su padre: tener un cómplice en los partidillos. «Si viene mi padre, avisa», acordó con él. Cuando su padre merodeaba los improvisados campos de fútbol en el barrio de Campoamor, Cosme se intercambiaba con el cómplice y se ponía bajo los palos. «Estoy de portero, no me rompo las zapatillas», se escudaba.

Y de tanto hacerlo salió uno de los mejores guardametas que dio la ciudad de Alicante.

De blanquiazul

Al Hércules llegó con 19 años procedente del Yeclano (antes había estado en el Elche y el Alicante) y pronto se convirtió en indiscutible. El conjunto blanquiazul, recién descendido de Primera y con Urquiri de entrenador, no consiguió recobrar la categoría hasta diez años después; pero Cosme fue el arquero titular durante seis temporadas consecutivas en Segunda. Era el Hércules de Pina, Ernesto, Calsita o Seva Santos. Como blanquiazul le pasó de todo: se fracturó la tibia en un Elche-Hércules en un lance con el delantero rival y desde entonces no titubeó en el choque. Años después fue expulsado en Mallorca cuando vio que el ariete contrario dejaba la pierna. A él no le volvían a lesionar.

Fútbol de otro tiempo en el que no había portero suplente en el banquillo. En una visita al Mestalla en la 47/48, Cosme cayó lesionado a los quince minutos y su puesto lo tuvo que ocupar Ernesto: el Hércules perdió 7-3.

Su buen hacer en la meta herculana (jugó más de 120 partidos) despertó el interés del Real Madrid. Allí estuvo tres temporadas, aunque sólo en la primera jugó con asiduidad. Durante ese trienio como blanco rechazó varias cesiones al Celta y al Sevilla porque sí que jugaba amistosos, que se retribuían muy bien en la época.

Uno de ellos, historia absoluta del madridismo: el primer partido de Di Stéfano como jugador blanco, el 23 de septiembre de 1953. Derrota 2-4 contra el Nancy francés en Madrid.

Como merengue disputó 30 partidos y consiguió dos Ligas y una Copa Latina, además de la citada Pequeña Copa del Mundo. Después se marchó a la Cultural Leonesa, en el único año en Primera en la historia del club, donde compartió vestuario con el mítico delantero culé César. «Fue una pena, una temporada en la que casi siempre perdíamos por la mínima», se lamentaba Cosme.

Tras su retirada trabajó durante años en Mobba, célebre tienda alicantina de básculas cerca de la plaza Nueva. Allí tejió una amistad infinita con el peluquero Pepito y promovió hasta su fallecimiento decenas de comidas en clave blanquiazul en Casa Ros.