No conozco un solo herculano que este verano no aplaudiera sin miramientos el fichaje de Ismael Falcón, un portero que siente la blanquiazul y al que contemplan 232 partidos en Segunda División, 5 en Primera y 48 en Segunda B. Enamorado de Alicante, siente que tiene una deuda pendiente con su equipo por el traumático descenso a Segunda B de 2014 y por eso dijo "sí" sin pensárselo demasiado cuando su excompañero Portillo le llamó. Si en alguna posición no había ninguna duda en agosto, era en la portería, por eso a todos nos desconcierta este mal momento de Falcón, con fallos que rozan lo grosero. El canterano Iván Buigues desaprovechó su oportunidad la pasada temporada y Chema asumió con resignación y elegancia que su tiempo en el Hércules ya había pasado. Pero la solvencia sigue sin aparecer bajo palos.
Los errores de Falcón ante el Cornellà, Mestalla y (los más graves) el Saguntino son impropios de un meta con su experiencia y currículo. "No fichamos a un portero cualquiera, sino a uno que nos tiene que dar puntos", recordaban anoche con amargura desde el club. Yo le tengo fe a Falcón, por quien además tengo un aprecio personal por ser un buen tipo, humilde y gran compañero. Por eso lo sucedido el domingo me duele, como a todos los herculanos. La segunda plaza estaba a tiro, pero aún era más importante mandar un mensaje al resto de rivales directos.
Falcón no tiene otro camino que el de la reivindicación. Tiene arrestos y capacidad para darle la vuelta a la situación y echar el cerrojo a la portería del Hércules. Hasta el momento ha alternado errores de infantil con acciones de gran mérito, sólo debe cerrar el grifo de los no forzados para ejercer de nuevo de líder del Hércules. Tiene el apoyo de sus compañeros, técnicos e incluso de la grada. No se puede pedir más.