«Cada vez que paso bajo tu ventana, me azota el aroma que aún flota en tu casa...».

El sentimiento herculano se guarece por los más recónditos rincones de Alicante; latente, oculto entre desencantos y poca memoria. Quien pasee por la ciudad en 2017 podría pensar que el Hércules ha sido solapado por el fútbol de los 222 millones de euros. Y, desgraciadamente, no andaría muy desencaminado.

No obstante, como deslizaba Miguel Hernández en los versos que introducen estas líneas, no son pocos los lugares que aún hoy evocan brisas meláncolicas a los aficionados herculanos. Uno de ellos, la peluquería Pepito de la céntrica calle San Ildefonso, cerrada hace no tanto y que aún permanece intacta. Un negocio de posguerra que se convirtió en un lugar de peregrinación obligada para el herculanismo. Entre tijera y tijera, leyendas del club como Cosme, Antoniet o Santos debatían la actualidad de un Hércules al que querían como a un hijo.

Los tres fueron santo y seña del equipo del Chepa durante los años cuarenta y cincuenta. Al portero Cosme lo fichó el Real Madrid pre-Copas de Europa, Antoniet demostró ser un goleador a la vera de la Maestranza y Santos fue uno de los valladares más sólidos de la historia blanquiazul.

Nacido en Albatera y afincado en el alicantino barrio de Benalúa, Fernando Santos cursó sus estudios en la Academia San Luis Gonzaga, junto a la Concatedral de San Nicolás, los cuales compaginó con el negocio del carbón que regentaba su padre cerca de casa, en la calle Arquitecto Guardiola. Pronto comenzó a dar las primeras patadas al balón en la plaza Ruperto Chapí con varios amigos como José Luis Lassaletta o Sigfrido Ayús, que después también tendrían reconocidas carreras en Alicante.

Con 18 años, y tras pasar por el Gimnástico de Carolinas, el Benalúa o el Arenas de San Blas, firma su primer contrato profesional con el Alicante y con su primer sueldo (1250 pesetas) fue a un sastre y se compró un traje. «Me hacía mucha ilusión tener uno», afirmaba a INFORMACIÓN años atrás.

Llegada al Hércules

Santos fue un verdadero activo del fútbol alicantino, participante en multitud de ocasiones en la por entonces celebérrima Copa San Pedro (torneo que nunca ganó) y fundador de un club, el Europa de San Fernando, que le costó «muchos cuartos».

Al término de la 50/51 y tras ascender con el Alicante a Segunda División firmó por el Hércules (también en la división de plata) días antes de cumplir los veinte años. Era el inicio de una de las trayectorias más firmes de un futbolista alicantino.

Agustín Gosálvez y Juan Antonio Mendoza, directivos del club blanquiazul, se presentaron en su casa y, con el consentimiento de su padre, cerraron su traspaso por cuatro temporadas a razón de 10.000, 20.000, 25.000 y 30.000 pesetas cada año.

Su debut se produjo a las órdenes de Mundo en la primera jornada en una sonada derrota en Alcoy por 5-2. Aquella temporada el Hércules terminó cuarto y Santos se asentó en la parte izquierda de la zaga. En su tercera temporada (la 53/54) consiguió el ascenso a Primera y su primer gol oficial con el club. Su zurdazo al Jaén en la promoción de ascenso encarriló un retorno a la máxima categoría nueve años después, que se certificaría en la jornada siguiente con aquel gol de Pina a Osasuna. «No era mi pierna buena, pero el balón entró por la escuadra y los aficionados más veteranos todavía me recuerdan por la calle aquel gol», se congratulaba Santos en los noventa.

Ya por entonces su nombre resonaba en los despachos más ilustres del fútbol español, pero el presidente Alfonso Guixot se negó en redondo a que Santos abandonara la entidad. Tal fue la inamovible postura del dirigente herculano que ante una solicitud del Atlético de Madrid, Guixot contestó: «No hay dinero en el mundo para fichar a Santos». Los colchoneros y los vecinos de Mestalla aparcaron por un tiempo sus anhelos por el «tres» del Hércules.

Con el club alicantino disputó dos temporadas en Primera División y fue titular indiscutible en la defensa junto a Seoane, Navarrito y Estenaga. En la 54/55, con Caicedo en el banquillo, terminaron la liga en una brillante sexta posición y vencieron 1-0 al Barça de Kubala. La 55/56 dio con los huesos del Hércules en Segunda División tras una decepcionante temporada. Santos, que había renovado por cuatro años más y era el capitán, continuó en la categoría de plata, pero en la 57/58 firmó con el Betis, también de Segunda.

Huelga decir que Guixot ya no estaba al frente del Hércules (había fallecido un año y medio antes tras sufrir un infarto en La Viña), aunque el club alicantino se embolsó una buena cantidad por la marcha de Santos: medio millón de pesetas.

En su primer año en el Betis ascendió a Primera, logro que ansiaban los verdiblancos tras dieciséis años de ausencia (todo un hito negativo en la historia de la entidad). A Heliópolis llegó casi de casualidad, ya que marchó a Madrid para cerrar su fichaje con el Zaragoza, pero terminó de verdiblanco junto con el también herculano Rodri. Allí, en el derbi sevillano se enfrentó durante años a Antoniet, excompañero en el Hércules y con el que décadas más tarde compartiría rifirrafes en la peluquería Pepito.

Espigado, jugador temperamental y de raza, disfrutó de cuatro años más en la máxima categoría y terminaría su carrera en el Recreativo de Huelva con 33 años.

En su estancia el Betis se quedó prendado de la afición y de la grandeza del club. «Mientras viva no lo olvidaré jamás», aseguraba ya retirado. En el Villamarín coincidió con Luis Aragonés (que dos años antes estaba en el Hércules) y con Del Sol, que en un partido contra el Extremadura partió el larguero al intentar un remate.

Un autobús y una horchatería

Tras colgar las botas, compró un autobús y, conducido por él mismo, lo dedicó al transporte escolar. Con el paso del tiempo lo vendió a Masatusa y retomó el negocio familiar de la carbonería. Años más tarde lo traspasa y monta una heladería en Benalúa de cuyas paredes colgaban multitud de recuerdos de su etapa de futbolista en la que disputó casi doscientos partidos con el Hércules.

Pese a su retirada no dio la espalda al deporte rey; enérgico al discutir sobre fútbol volvió a calzarse las botas con más de sesenta años en un partidillo en el campo viejo de Villafranqueza con su nieto Raúl, un joven que despuntaba en la cantera del Betis Florida y que acudía raudo a la horchatería para reponer fuerzas tras los entrenamientos. Fue él quien le compró las primeras botas de aluminio ante la oportunidad que se le presentó al chico: entrenar con el primer equipo del Hércules.

Su nieto, Raúl Ivars Santos, debutaría con 17 años en 1995 a las órdenes de Manolo Jiménez. Habían pasado más de cuarenta años desde que lo hiciera su abuelo y en el Hércules todavía seguían en nómina dos incombustibles: Vicente Compañ, el patrón de las oficinas y Santiago Baños, el guardián del césped del estadio. Dos hombres, como Santos, que son parte del aroma casi centenario del Hércules.