«Doctor, ¿llegaré al partido del domingo?», le espeta el paciente al médico en la Clínica Velázquez de la playa de San Juan a principios de los años ochenta. «Por supuesto», responde el galeno, que fija, atónito, su mirada sobre Pepe, el hombre que le pregunta, un octogenario que apenas puede ya moverse.

Pepe era un electricista que había trabajado la mayor parte de su vida en la Junta de Obras del Puerto. Aquel hombre alto, que hablaba valenciano y que se había encargado durante años de la iluminación de las procesiones de Santa Cruz guardaba un secreto que pocos conocían: había sido, junto con el Chepa y varios amigos, uno de los fundadores del Hércules y su primer portero en la década de los veinte, cuando el fútbol todavía era del pueblo y no el negocio que ahora le da la espalda.

Tras varios años en el segundo equipo, Jover, como futbolísticamente se le conocía, pasó al primer equipo herculano en 1922, cuando todavía lucía colores rojiblancos. Pronto se le conoció por el sobrenombre de «El Plancha», pero no por sus bellas estiradas bajo los palos de La Florida como muchos creen, sino porque al salir de entrenar se iba a trabajar a una tintorería en la tan herculana avenida de Alfonso el Sabio, en la esquina con la calle Onésimo Redondo (hoy, Pablo Iglesias), donde por supuesto debía planchar ropa.

Protagonista en días históricos

Como todos los grandes elegidos, Jover supo estar en varios de los momentos más importantes de la historia que el Hércules, con paso firme, iba construyendo cuando el fútbol en España comenzaba a profesionalizarse.

Uno de los grandes hitos del club fue quedar subcampeón en la primera edición de la Copa de España Amateur en 1930. Jover tuvo el privilegio de jugar la final en Montjuic, donde los herculanos cayeron por 3-2 contra el Club Gijón, ante la atenta mirada de los reyes de España. La clasificación hasta la final no fue fácil: tras ganar el Hércules por 8-0 en la vuelta de semifinales, la Tranviaria, que

ya se había quejado de que dos herculanos eran profesionales, volvió a protestar alegando incidencias. La Federación aceptó y los alicantinos debieron jugar un tercer partido que también ganaron. El viaje del Hércules hasta la final de Barcelona no fue menos odisea: «La idea era coger un tren, pero cuando llegó estaba lleno. Por suerte el jefe de estación convenció al del tren y pudimos ir en los pasillos de primera clase sin hacer ruido. Imagine la noche que pasamos», recordaba en una entrevista Jover en los años setenta. El partido, disputado el 1 de junio de 1930, contó con la presencia en las gradas de aficionados herculanos; buena muestra de las pasiones que levantaba el equipo, que fue recibido en Alicante como campeón, pese a la derrota.

Con el club afianzado en 3ª y rozando la categoría de plata, se construyó Bardín y para la inauguración (el 18 de septiembre de 1932) llegó el Real Madrid, que acababa de ganar su primera Liga.

Jover fue el primer portero herculano que jugó en el coqueto estadio de Benalúa y cuajó una excelente actuación en la derrota del Hércules por 0-2 contra los merengues.

Esa misma campaña, concretamente en abril de 1933, el Hércules debutaba en la Copa de España (por entonces, Copa de la República), una competición que

desgraciadamente pocas alegrías le ha dado al club. En su estreno en el torneo, el club volvió a estar defendido bajo palos por Jover, que ayudó a sacar un valioso empate en el Inferniño de Ferrol.

Además, por pura casualidad, se había convertido en el primer portero de la provincia sustituido en un partido. En un lance de un derbi disputado en Alcoy en 1929 se lesionó y se estrenó el cambio de guardameta que recientemente había aprobado la Federación.

«El Plancha» era un portero de gran envergadura para la época, valiente en las salidas a los pies de los delanteros y con gran colocación. Compartió portería en el club con Florencio, Colomer, Llopis, Lajarín o Pomata durante su estancia de más de una década en el club. Él, junto con otros jugadores, fueron muy culpables de los cimientos con los que contaba el club, que cada vez veía más cerca el salto a las grandes plazas del fútbol español.

Participó en la consecución de las ligas de 3ª división de 1932 y 1933, pero una lesión de tibia y peroné poco a poco fue reduciendo sus presencias en el equipo. Su último partido oficial fue el 14-5-33 contra un Betis de 1ª división en Copa, aunque después jugó el homenaje a Ramonzuelo en julio. Después se marchó al Alicante, donde también había jugado en 1927 y 1928, y hasta se llegó a dedicar en menor medida al mundo del arbitraje.

Una vez alejado del fútbol en activo, encontró acomodo en el Puerto, igual que dos de sus compañeros, el delantero Ayguadé y el ala Tarrasa. Allí trabajó y vivió (en el barrio de Heliodoro Madrona) hasta su jubilación.

Amor a unos colores

Pepe Jover Gomis, alicantino de pura cepa, se trasladaba a diario desde su casa de la avenida de la Estación al bar Los Pingüinos, donde organizaba todos los desplazamientos de la Peña Herculana y jugaba a su otra pasión, el dominó.

«Mi abuela decía que él vivía por y para el Hércules», recuerda María José, nieta de Jover. Pepa, la esposa del portero, siempre le reprochaba que se fuera justo después de comer, pero ella era igual de herculana y le acompañaba en los viajes, como se ve en la foto que ilustra estas líneas.

Los viajes, en los autobuses de La Serranica, contaban en muchas ocasiones con la involucración de José Rico Pérez. «El presidente quedaba con la Peña y les conseguía más entradas e incluso les hospedaba en el mismo hotel que los jugadores», recuerda Fernando, otro de sus nietos.

Jover lo fue todo en el Hércules. «El Chepa y yo íbamos al colegio de la calle Reyes Católicos y nos íbamos a jugar con una pelota de trapo donde luego estuvo La Viña», aseguraba Jover a INFORMACIÓN en 1972. «Un profesor nos prometió que si ganábamos a los de un curso superior nos compraba un balón de reglamento y lo cumplió. La pelota se la llevó el Chepa y así comenzó la idea de fundar el club», proseguía.

De fundador a portero del club en sus primeros grandes envites; además de socio, jefe de expedición de la Peña Herculana y directivo en los mandatos de Francisco Muñoz Llorens y de Ferrer Stengre. Toda una vida con el escudo del club en la parte izquierda del pecho: en la camiseta, primero; en la solapa de la chaqueta, después; y en un rincón invisible, hasta sus últimos días. Aquellos en los que buscaba la complicidad del doctor de la Clínica Velázquez para cerciorarse de que podía volver a ver una vez más al equipo que un día unos jóvenes imberbes, entre los que se encontraba, idearon entre paseos de tierra y pelotas de trapo.