El Dinámico, la Quiniela, el olor a linimento en los vestuarios, las bases de los postes pintadas de negro, los entrenadores en chándal, los bigotes, el viejo Las Gaunas, esos futbolistas que se parecían más a tu vecino del 3º derecha que a un deportista de élite...

Del fútbol que conocimos de pequeños cada vez queda menos. Uno de los últimos resquicios que quedaban era Luis Aragonés, un ente de la Liga española que parecía sempiterno y que tristemente nos dejó hace casi tres años.

Luis fue un personaje protagonista de nuestro fútbol durante más de cincuenta años; primero como jugador y después como entrenador de clubes y de la selección, a la que hizo campeona de Europa en 2008, tras un sinfín de décadas de decepciones.

El Hércules tuvo el honor de contar con sus servicios una campaña, la 59/60, un paseo triunfal por Tercera División donde Luis catapultó su carrera: al año siguiente ya estaba jugando en Primera.

Aterrizó en Alicante en julio de 1959, días antes de cumplir 21 años, cedido por el Real Madrid a un Hércules que comenzaba a preparar una temporada en Tercera División un cuarto de siglo después.El fichaje

Los directivos blanquiazules Torres y García Pascual partieron hacia Madrid a principios de julio de 1959 con el propósito de hacerse con los servicios de Echeandía, un centrocampista al que el Alavés había dado la carta de libertad. Finalmente, el jugador vasco firmó por el Recreativo de Huelva, recién ascendido a Segunda, y los enviados herculanos se volvieron a Alicante con otro jugador: un canterano del Real Madrid que precisamente había estado cedido en el conjunto onubense.

Se hacía llamar Luisito, pero pronto dejó claro que ese apodo era consecuencia de su edad y no de la calidad que atesoraba. Dejó destellos en unos amistosos en La Vila y Carcaixent, pero su verdadera carta de presentación fue en el último amistoso de la pretemporada: un empate a tres ante el Real Madrid en La Viña el 6 de septiembre, donde marcó por partida doble.

Su inicio de Liga fue atronador, marcó gol en los cuatro primeros partidos -incluido un triplete- contra el Villajoyosa- y en la jornada 10 había anotado una decena de goles.

Pero su juego no era sólo el de un artillero, también creaba desde más atrás y su precisión para poner el balón donde quería hizo que le apodaran Pierna de oro.

Además, su aspecto (un tanto desgarbado y larguirucho) engañaba porque le hacía parecer lento, pero al espacio no había quien le ganara. «En cuatro zancadas avanzaba más que en veinte pasos del rival», comenta José Juan, santo y seña del herculanismo y compañero del Zapatones aquel año.

José Juan no se olvida de las cualidades del de Hortaleza: «Era muy completo, tenía un tiro extraordinario, era un gran cabeceador, también defendía muy bien y abarcaba mucho campo».

Sus piernas arqueadas quizá fueran el secreto de su pericia en los lanzamientos de falta, en Alicante marcó dos antológicas: una al Villajoyosa y otra al Novelda, que al día siguiente los diarios catalogaron de «impecables».

En la segunda vuelta jugó nueve partidos (se perdió ocho por lesión) y marcó siete goles, más uno al alimón con un defensor del Rayo Ibense. En total fueron 24 partidos de Liga y 17 goles que valieron para que el Hércules se proclamara campeón de su grupo y accediera a la promoción.

La primera eliminatoria contra el Manacor la jugó completa, pero en la decisiva ante el Hospitalet desapareció del once de Álvaro.

El entrenador, que había sido defensa del Valencia -con el que ganó tres Ligas- y del Hércules, era un gallego muy recto y severo y no perdonó a Luis su afición a las noches de folclore, como se decía en aquella época, por las salas alicantinas, principalmente en el Pigalle de la Rambla.

La decisión fue un shock porque Luisito era la estrella y hasta le sorprendió a él mismo, cuando regresaba al vestuario tras comprobar el estado del terreno. Su ausencia en la ronda clave no pasó factura al Hércules, que acabó ascendiendo a Segunda tras ganar 1-3 en Hospitalet y 3-1 en La Viña.

Luis dejó la pensión de la calle Carmelo Calvo donde vivía con Elizondo y regresó al club merengue en la 60/61 para jugar en su filial, el Plus Ultra, con el que debutó en Segunda y donde duró dos meses para irse al Oviedo de Primera.

Un recital de juego y goles (11 en sólo 8 partidos) le catapultaron en diciembre a Primera, donde jugaría 15 años y marcaría 160 goles, siendo pichichi en la 69/70.

Como futbolista ganó dos Ligas y dos Copas con los colchoneros -además de ser su máximo goleador histórico-, y fue campeón de Europa durante cinco minutos (gracias a un golazo suyo de falta) hasta que apareció el disparo del innombrable Schwarzenbeck.El Sabio de Hortaleza

En la 74/75 pasó de ser jugador a entrenador del club de la noche a la mañana tras el cese del argentino Lorenzo. Y así, en cuestión de horas, pasó de tutear a sus compañeros a tratarlos de usted.

Ése era Luis, una figura irrepetible de nuestro deporte, un hombre vehemente, con un carácter que le enfrentó a la prensa en multitud de ocasiones, pero también un madrileño socarrón, gracioso y que siempre dio la cara por sus jugadores, como en el famoso Motín del Hesperia, cuando dirigía al Barça en los ochenta.

Como entrenador, fijó unas marcas casi insuperables, como sus 757 partidos y 25 temporadas en Primera.

En sus vitrinas: una Liga, cuatro Copas, una Recopa y una Intercontinental. Además de tocar el cielo en la Euro de 2008, donde recicló su visión del fútbol y dio lugar a un estilo de juego que tanto éxito ha dado al fútbol español.

Pudo regresar al Hércules en los noventa, pero el fichaje no fructificó porque el club descendió a Segunda División.

El Sabio se fue el 1 de febrero de 2014 sin hacer ruido, probablemente sin el debido reconocimiento, que sí le harán los libros y la memoria de quienes crecieron con un fútbol que ya no volverá.