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Leyendas herculanas

Blázquez: el goleador al que malogró la Guerra Civil

La contienda española y la cárcel lastraron la carrera del delantero, autor del gol del primer ascenso a Primera del Hércules y máximo realizador del equipo en la campaña del debut

Blázquez: el goleador al que malogró la Guerra Civil

Una pelota choca continuamente contra el frontón del Club Atlético Montemar de Alicante. No hay fallos, sólo intercambio de golpes certeros, casi trazados con tiralíneas, casi perfectos.

Todo aquel que pasease por los aledaños de las instalaciones deportivas de Padre Esplá durante los años cincuenta y sesenta podía sospechar que aquellos hombres, que rondaban la cincuentena, habían sido profesionales de aquel deporte de bola pequeña y respondona.

Algo de razón no les faltaba, pero lo cierto es que aquellos señores que impulsaron el deporte de la pelota en Alicante eran estrellas del balompié cuando estalló la Guerra Civil.

Uno de ellos era Severiano Goiburu, internacional con España en el Mundial de Italia de 1934 y exjugador de Barcelona y Valencia, entre otros. Aquel hombretón navarro se afincó en la ciudad en 1949, cuando se le ofreció la dirección de una escuela de pelota y un puesto de funcionario en el Ayuntamiento de Alicante.

Tras retirarse del fútbol había sido campeón de España de pala corta y larga. Todo un grado para impartir cátedra en el club.

Su pareja en el frontón había sido su rival en el césped en los años treinta, en un Real Madrid-Barcelona pre-clásico, cuando todavía eran impensables en futbolistas las crestas y los anuncios de ropa interior. Su pareja era Emilio Blázquez, el goleador que dirigió al Hércules a Primera División por primera vez en su historia. El goleador al que, como a tantos otros, la Guerra Civil frenó una carrera prometedora.

A este bravo ariete le descubrió Santiago Bernabéu (por entonces secretario de la Junta Directiva del Real Madrid) cuando contaba con apenas veinte años y defendía camisetas de clubes modestos de la capital.

Su paso por Chamartín fue efímero, pero le bastó para dejar su impronta. La competencia en la vanguardia madridista, como se presuponía, fue feroz y los Eugenio, Emilín, Regueiro, Olivares y Lazcano (el extremo que escribía obras de teatro) sólo le permitieron defender al club merengue en seis encuentros oficiales. No obstante, Blázquez envió el balón a la red rival hasta en cinco ocasiones.

Dos de esos goles fueron en la ida de octavos de la Copa de 1934 ante Osasuna, edición de la que el Real Madrid y Blázquez salieron vencedores tras ganar al Valencia en la final.

En la competición liguera también lograría un doblete (ante el Oviedo en Madrid), más otro gol en Sarriá; pero el club merengue terminó segundo, sólo superado por el Athletic de la delantera mítica.

Llegada al Hércules

Tras un enfado por no jugar ante el Barcelona, Blázquez buscó un club donde ser importante y así aterrizó en la campaña 34-35 en el Hércules, club que acababa de ascender a Segunda División tras una serie de reformas en las divisiones del fútbol español.

Su primer año fue inmejorable desde el inicio: en su debut en Liga marcó por partida doble contra el Murcia y encadenó seis jornadas anotando gol. Tal fue su racha que en la séptima jornada del campeonato su cuenta goleadora reflejaba once dianas.

Finalmente, hasta en veinte ocasiones aquella campaña tuvieron que recoger los guardametas rivales de sus redes los disparos de Blázquez. Incluidos dos hat-tricks ante el Recreativo de Granada, en Liga regular; y a Osasuna, en la promoción de ascenso.

Pero sin duda alguna, el gol más decisivo de Blázquez fue el que hizo en la última jornada, el 28 de abril de 1935.

Un zurriagazo a poco más de un metro de distancia del arquero del Celta Pedrín culminaba un año fantástico: el del primer ascenso del Hércules a la máxima categoría del fútbol español.

La entidad blanquiazul se convertía, además, en el primer club en la historia que ascendía en dos años consecutivos de Tercera a Primera División.

El debut del conjunto alicantino fue magnífico: los hombres de Suárez de Begoña terminaron sextos, empatados a puntos con el Barcelona. Y Blázquez tuvo gran parte de culpa de ello.

Terminó el curso como máximo goleador del equipo con doce tantos en Liga. De sus fieros remates nacieron los sueños más bonitos del estadio de Bardín, junto con los de Tatono, Morera o Mendizábal.

Experto en el arte de anotar goles a pares, volvió a repetir suerte en cuatro ocasiones más ese año.

En una de ellas, contra el club culé en la jornada que cerraba el campeonato, Blázquez puso el dos a cero al descanso; pero los blaugranas igualaron la contienda.

Fue uno de los mejores rematadores de cabeza de la época y renovó el estilo tosco del delantero.

Estallido de la Guerra Civil

Por todos es sabido que dicho conflicto cercenó al mejor Hércules de siempre; y que hubo protagonistas que ni siquiera regresaron, como el míster Suárez o el citado Mendizábal.

Blázquez, que combatió con el bando republicano, se marchó a Francia cuando terminó la Guerra, donde continuó jugando en la localidad de Alès y con el Red Star parisino. Tras su regreso fue detenido por el Régimen y pasó varios años encarcelado.

Tras casi seis años inactivo, regresó en la decepcionante segunda vuelta de la 41-42, que devolvió al Hércules a Segunda División.

Se mantuvo dos años más en el club, donde su presencia fue disminuyendo paulatinamente, aunque siguió haciendo buenos servicios al equipo.

Fue importante en la promoción de permanencia de la 42-43, en la que anotó seis goles; y todavía relució en alguna que otra tarde, ésas en la que se le caían los goles del calzón de dos en dos.

Como gran entendido de los deportes de pelota y, concretamente, como magnífico tenista (fue campeón provincial en varias ocasiones) entendió que la vida le había brindado una bola extra que había esquivado a varios de sus compañeros.

Y así la jugó.

Trabajó como fotógrafo deportivo, entrenó a varios equipos como el Alicante y el Yeclano, disfrutó junto a su colega Goiburu empuñando una raqueta y abrió Deportes Blázquez, comercio puntero en la época, situado en la calle Castaños.

Emilio Blázquez, el goleador al que el Régimen tuvo preso durante varios años, murió el 20 de noviembre de 1975, justo el mismo día que el hombre que dictaba aquellas nefastas sentencias.

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