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Leyendas herculanas

Ramón Navarro: tan sólo el corazón pudo frenarle

El extremo oriolano fue uno de los mejores jugadores de la historia del Hércules

Ramón Navarro: tan sólo el corazón pudo frenarle

Son las cinco de la tarde de un cálido día de verano y los gritos del parque anuncian el fin de la siesta vecinal. Una decena de niños parece discutir mientras un balón mal dirigido obliga a frenar en seco a uno de los pocos coches que osa salir a esas horas. No cabe duda. Hoy hay partido.

Las porterías son dos árboles y vale todo. Sólo los cobardes se atreven a decir que no se puede tirar de puntera. El terreno de juego no está regado ni cortado, es de piedra, y el que se vaya a casa sin heridas en las rodillas es que no ha sudado como se debe la camiseta.

Entre la multitud destaca un chaval por encima del resto. No es el más alto ni el más fuerte, pero no le hace falta para regatear a los adversarios a ritmo de tango. Los rivales no pueden pararle y se limitan a dar patadas al aire mientras él galopa directo al gol. Se divierte con el balón y lo golpea con suavidad, sin querer hacerle daño.

Sus buenas maneras no pasan desapercibidas para el equipo del pueblo y, posteriormente, para el mejor equipo de la provincia, donde forjará una leyenda. Este cuento podría ser la historia de estrellas de nuestro fútbol como Raúl González ó Andrés Iniesta, pero es la historia de Ramón Navarro, probablemente el jugador que ha levantado más veces a la afición del Hércules de sus asientos.

Es la historia de un futbolista que terminó casi antes de empezar a escribirse.

Fulgurante aparición

Habían pasado ocho años y medio desde la última aparición del Hércules en 1ª división -la espera más larga desde que se fundara la Liga- y el conjunto alicantino abría 1964 con dos victorias. En el tercer choque del nuevo año, ante el Melilla en La Viña, entró en escena el árbitro Modol, que anuló un gol a Balasch y expulsó a Paqui por una presunta agresión a un linier. El escándalo producido por el trencilla ilerdense fue recordado durante mucho tiempo, no sólo por el gol arrebatado sino porque a Paqui le sancionaron con 24 partidos, una de las mayores castigos en la historia del fútbol español.

Con el «caso Modol» en el candelero, el gerente del club, Agustín Gosálvez, viajó a Murcia para presentar una protesta formal ante la Federación Regional; pero aquel trayecto también tenía otro motivo: inscribir al juvenil oriolano Ramón en el primer equipo para que pudiera jugar el jueves el partido de desempate de Copa ante L'Hospitalet.

La baja segura de Paqui hizo que el entrenador Bermúdez incluyera al joven extremo en la expedición hacia Vallecas, donde se disputaría el partido. Tras un viaje accidentado -12 horas tardaron en llegar por una avería- el Hércules pasó aquella eliminatoria en la que ya destacó aquel debutante de 18 años. Tan buena sensación dejó que a los tres días, en el partido liguero ante el Tenerife, volvió a repetir titularidad y un gol suyo dio la victoria. El ambiente en torno a Ramón era de euforia máxima: el entrenador declaró que no se vería otro gol igual en veinte años y el presidente Muñoz Llorens tuvo que salir al paso para afirmar que Ramón no iba a ser traspasado ante los cantos de sirena que ya venían desde el Metropolitano.

La consagración de Ramón fue total en su primera temporada y maravilló en La Viña desde el extremo zurdo. Además, se guardaría un gol en Copa para pasar a la historia del Hércules.

Nuevamente se cruzaba en la carrera de Ramón un partido de desempate copero, esta vez de dieciseisavos y nada menos que contra el Elche. Cuando la eliminatoria agonizaba, Ramón se coló entre la defensa franjiverde, picó el balón por encima de Pazos y comenzó el delirio en Murcia. Una lesión le privó de jugar la promoción de ascenso a 1ª, que el Hércules acabaría perdiendo ante el Oviedo, pero la leyenda de Ramón era ya una realidad.

Tras sostener junto a Arana -con quien formaría una gran dupla- a un Hércules irregular en el siguiente curso (donde marcaría once goles), la historia dorada del herculanismo le volvía a guardar una nueva página.

Un gol de Ramón al Calvo Sotelo el 27 de marzo de 1966 devolvía al Hércules a la categoría de oro del fútbol español.

La aventura en 1ª del Hércules aquel año se difuminaba, pero nadie dudaba de que la historia de su joven y habilidoso extremo no había hecho más que comenzar.

Sólo una fatalidad podía cortarla.

Los equipos poderosos del país se fijaron en el ariete de la Vega Baja, promesa del fútbol alicantino y nacional, pues en enero había sido internacional con la Selección B y había anotado dos goles en su debut, en una goleada por 5-0 a Luxemburgo en Sarriá.

Su elección para continuar una carrera que se presuponía meteórica fue el Atlético de Madrid, equipo donde lucían figuras como Luis Aragonés, Adelardo o Collar.

La operación era un éxito para las tres partes: para el conjunto presidido por Vicente Calderón porque se llevaba al «nuevo Gento»; para el jugador porque multiplicaba su sueldo y sus aspiraciones deportivas; y para el Hércules, ya que recibía cuatro millones de pesetas, gracias a los cuales pagaría unos recibos atrasados de la luz de La Viña. El fichaje era un hecho y Ramón hasta llegó a posar con la zamarra rojiblanca. Pero algo falló.

Lesión y retirada

Algo falló el día que pasó el reconocimiento médico con el club madrileño, algo en su corazón. Los doctores le diagnosticaron una lesión en la parte izquierda de su pecho que le inhabilitaría para el fútbol de por vida.

Todos los esfuerzos realizados por el jugador para encontrar nuevos dictámenes médicos fueron en balde y tuvo que retirarse. Viajó incluso al extranjero y todos los galenos coincidieron en que debía abandonar toda práctica deportiva de primer nivel.

Incluso la Federación Española medió en el asunto y le quitó la licencia para que no pudiera volver a sentirse futbolista. Un feo gesto que añadió más leña al terrible golpe de tener que retirarse con tan sólo veintiún años.

A Ramón siempre le quedó la duda de si podría haber seguido jugando pese a su defecto en el corazón (que ni el Hércules ni la mutualidad murciana jamás detectaron), pero se topó con el Atlético de Madrid, que contaba con uno de los servicios médicos más preparados del país porque Martínez, uno de sus jugadores, había entrado en coma en una concentración unos años atrás.

Aquel jugador acabaría muriendo tras ocho años en estado vegetativo pero, quién sabe, pudo salvar la vida a Ramón.

Le costó superar el golpe, pero lo asumió y se convirtió en visitador médico, primero; y en representante de firmas deportivas, después. E incluso, paradojas del destino, no se libró de hacer la mili.

Ramón tuvo un homenaje en marzo de 1969 en La Viña con figuras de talla nacional; y siguió matando el gusanillo jugando al fútbol y al tenis con amigos, probándose con resignación.

Se casó con Carmen, hija de Blázquez, mítico ariete del Hércules y Real Madrid en los años treinta y cuarenta, y tuvo tres hijos.

Se operó del corazón en 1984 y falleció en 2006, con sesenta años.

Se marchaba el hombre, nacía para siempre la leyenda.

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