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Situación límite para Portillo

El delantero de 33 años está más que nunca entre la espada y la pared y sólo los goles pueden redimirle porque la aversión de la grada hacia él va en aumento

Javier García Portillo (Aranjuez, 1982) cumple su sexta temporada en el Hércules y ahora sí está entre la espada y la pared. En junio finaliza contrato y ya se acaban los argumentos deportivos para que siga aferrado a un número «9» que cada vez pesa más. La losa cada año es mayor y los números tampoco le dan la razón, no le sostienen. La pasada temporada firmó nueve goles cuando, según los técnicos Pacheta y Dani Barroso, estaba llamado a marcar diferencias en Segunda B. De hecho, desde el club se vendió la edulcorada versión de que continuaba en el equipo por su compromiso y porque en la categoría de bronce sería decisivo. Pero nada más lejos de la realidad.

Lo que muchos aficionados se preguntan y no tiene respuesta es por qué Portillo se empeña en seguir donde no le quieren. Porque la mayoría de aficionados ve en él la proyección de su suegro, Enrique Ortiz, quien aún sigue al frente de un club que agoniza. Nadie discute que el empresario alicantino se hiciera cargo del Hércules (empujado por Alperi) cuando estaba moribundo, pero no es menos cierto que el balance de su gestión es terrible. En sus 15 años de mandato, el equipo sigue en Segunda B (donde lo cogió), el club ha pasado por tres suspensiones de pagos y arrastra una deuda cercana a los 40 millones de euros (20 del concurso y 18 del préstamo del IVF no devuelto).

En descarga de Portillo, es de justicia reconocer que en el Rico Pérez no se le valora igual que a cualquier otro jugador. Ya sea por ser el yerno de quién es o porque su fichaje impuesto en 2012 hizo saltar por los aires aquel proyecto de Sergio Fernández que ilusionó a buena parte del herculanismo.

Tampoco le ayuda a Portillo su aparente apatía en los partidos. Desconectado, desquicia a los técnicos y a algunos compañeros. Manolo Herrero, poco contaminado por lo que rodea al club, le sentó en el banquillo en varios encuentros de la pasada temporada, pero el rendimiento de su sustituto, el sevillano Fernando, fue aún peor. De hecho, el ahora jugador del Reus acabó el curso con cinco goles, tres de ellos de penalti. Y el año anterior hizo 18 en Cartagena.

Es tan cierto que el director deportivo Dani Barroso no fichó a Portillo como que no le puede abrir la puerta de salida. Este verano defendió su continuidad porque tenía otro año más de contrato y la verdadera «patata caliente» llegará en junio, cuando el madrileño, con 34 años, finalice su vinculación con el club. Pese a todo lo que ha llovido, Portillo tiene en su mano, mejor dicho en sus pies, la oportunidad de callar a los críticos y cambiar los pitos por aplausos. Ya lo hizo en algunos episodios del curso 12/13, cuando firmó 17 dianas y el equipo se salvó del descenso de la mano de Quique Hernández. Pero han pasado ya tres años de aquello, el equipo está en Segunda B y no hay ni rastro del delantero con olfato que en su día despuntó en las categorías inferiores del Real Madrid.

Su último gol fue el 10 de mayo contra el Zaragoza B y en los tres partidos oficiales de este curso sólo vio puerta el miércoles ante el Lleida, pero la suya propia. Firmó un autogol que encendió aún más a sus detractores. El domingo, ante el líder Villarreal B, volverá a ser titular por los problemas físicos de su nuevo competidor, Mariano Sanz. Y ya solo los goles le pueden redimir.

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