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Antal Nagy, el apátrida del gol descalzo

Protagonista destacado del ascenso a Primera del Hércules en 1974, el delantero llegó a Alicante desposeído de nacionalidad por el gobierno húngaro

Antal Nagy. PERFECTO ARJONES

Naciones Unidas definió como «apátrida» a «cualquier persona a la que ningún estado considera destinataria de la aplicación de su legislación». Con ese cartel quedaron varios jugadores húngaros en la segunda mitad del pasado siglo, condición que adquirían al traspasar el 'telón de acero' de la Hungría comunista, 'delito' que el gobierno magiar castigaba con la retirada de la nacionalidad.

Cuando los tanques soviéticos entraron en Budapest en 1956, un grupo de excelentes futbolistas llegaron a España para fichar en el Barcelona (Kubala, Czibor, Kocsis) y el Madrid (Puskas). Esa senda fue seguida años más tarde por otros como Attila Ladinszky, que fichó por el Betis en 1975, y Antal Nagy, un excelente extremo que recaló en el Hércules en 1973.

Nagy fue un fichaje de Arsenio Iglesias para el Hércules que debía buscar el ascenso en la temporada 73-74. Formado en la escuela del Honved de Budapest, el delantero magiar había adquirido la condición de apátrida tras recalar en el Standard de Lieja en 1968, dos años después de defender la camiseta húngara en el Mundial de Inglaterra. De Lieja pasó al Twente y un año después al Olympique de Marsella (72-73). Del fútbol francés lo pescó el Hércules como pieza destacada para el reto del ascenso. Y el magiar no defraudó.

Amo y señor de la banda derecha, su fútbol elegante y de depurada técnica cautivó al aficionado herculano en La Viña. Con el Hércules, Nagy disputó los 36 encuentros de Liga, todos ellos como titular, y anotó diez goles. El más recordado llegó en Tenerife, no sólo por su trascendencia deportiva (sirvió para empatar ante un rival directo en la zona alta en el ecuador de la competición) sino por su ejecución: lo anotó descalzo.

La jugada tiene su historia. El 20 de enero de 1974, el Hércules llegaba a Santa Cruz con la necesidad de no perder para no distanciarse del grupo de cabeza en la vigésima jornada. Betis, Salamanca, Cádiz, Tenerife, Valladolid, Hércules y Sevilla cubren una apretada zona alta. Con un lleno hasta la bandera en el Heliodoro Rodríguez López, el Tenerife se adelanta en el marcador a los seis minutos con un gol de Ferreira. Los isleños disfrutan de más ocasiones para aumentar el marcador, pero aparece la figura de Humberto desbaratando varias acciones claras.

Poco a poco, el Hércules va tomando el pulso al partido. En un ataque por la derecha, Nagy es entrado por detrás por un zaguero tinerfeño, que, tras pisarle, le saca la bota. La jugada continúa mientras el húngaro recoge el zapato con la mano para colocárselo en su sitio. Varela roba la pelota y cede a Manolete, que asiste de nuevo a Nagy. El extremo, al que no le ha dado tiempo a colocar la bota en su sitio y la sujeta con una mano, avanza descalzo con el cuero, hace un par de recortes y conecta un disparo seco al acercarse al área colando el balón por toda la escuadra. Un golazo... que debió ser anulado, dado que «un gol descalzo no es válido, salvo que el jugador pierda el botín por una acción casual inmediatamente antes de hacer el gol».

Las protestas de los jugadores isleños no son atendidas por el colegiado aragonés Sanz Marrón, que da validez al tanto ante la incredulidad general, dado que todo el estadio vio a Nagy chutar ¡sujetando la bota en la mano!

Hay quien asegura que Sanz Marrón dijo tras el partido que «un gol de tan bella factura no se puede anular por chutar descalzo», aunque el verdadero motivo que llevó al árbitro a «echar una manita» al Hércules en esa jugada pudo tener su origen meses atrás, en septiembre de 1973, horas antes de que el equipo alicantino rindiera visita al Sevilla en el Sánchez Pizjuán. Antes de llegar a la capital andaluza, un directivo herculano acompañado de dos periodistas se detuvo a almorzar en un restaurante cercano a Sevilla. Y allí encontró al colegiado Sanz Marrón comiendo con dos directivos sevillistas. Todos, unos y otros, supieron quién era quién; unos temieron un escándalo, los otros una encerrona con amaño. Pero reinó el silencio. Tras abandonar el local, el dirigente herculano pidió a sus acompañantes discreción «por el bien del Hércules», a pesar de las suspicacinas que levantaba la escena.

El equipo alicantino cayó justamente derrotado en Sevilla (4-2) y el «extraño encuentro» en el restaurante sevillano nunca trascendió, detalle que Sanz Marrón agradeció al directivo herculano en una conversación posterior. Y meses después, en Tenerife, quizás también lo tuvo en cuenta.

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