Una bicicleta destartalada, salpicada con adornos, con un toldo a modo de techo, un taburete en la parte trasera y maletas para transportar botes de pintura, permanece apoyada en el ventanal de un céntrico bar de San Vicente del Raspeig sin necesidad de candado que la asegure. El artilugio con ruedas tiene un propietario conocido por todo el pueblo, un buen hombre de 66 años que hace cuarenta jugaba al fútbol de alto nivel, en el Hércules, con el que llegó a Primera División en 1974: Grau.

Constantino Grau Faura (Sollana, 1949) tiene algo -o mucho- de El Espartero, aquel simpático torero del siglo XIX que se hizo rico y célebre en los ruedos por su «valentía y siniestra torpeza» (adjetivos que recoge El Cossío), que le llevaron a la desgracia una tarde en Las Ventas ante un Miura que acabó ensartándole. Antes de ello, El Espartero acuñó aquello de «más cornás da el hambre» para explicar su afán por el oficio que había de apartarle de la miseria.

Por otro camino, el del fútbol, y vía opuesta, Grau llegó joven a la cima y se estampó más tarde contra el suelo; de disfrutar 27 coches y cinco motos de gran cilindrada en sus años de gloria a poseer como único bien la bicicleta con toldo con la que circula por las calles de San Vicente.

«Las verdaderas patadas las recibí cuando el balón dejó de rodar», apunta el exfutbolista herculano, que desde hace años sobrevive en el pueblo alicantino «haciendo algunas chapuzas, pintando alguna fachada y durmiendo en una habitación que me deja un amigo».

«Hubo una época en la que llegué a pasar hambre, pero también hubo quién me bajaba de su casa un bocadillo para que pudiera comer», confiesa Grau, que, en ningún caso, se siente un desgraciado. «Estoy como estoy por mi mala cabeza. Por ser un 'vivalavirgen'. No tuve nadie que me guiara. Gané dinero en el fútbol, pero me lo gasté a manos llenas». De eso da fe Ferri, un vecino del Raspeig que interviene en la conversación: «Yo he visto a Grau entrar en un bar de esta calle (avenida La Libertad) e invitar a gambas a todos los que estaban dentro», apunta.

«Tampoco es que ganara una fortuna en el Hércules, en aquella época los que sí se llevaban buen dinero eran Fusté y Eladio, que vinieron del Barcelona; a mí me ficharon del Totana, y cobraba menos. En todo caso, gastaba más que ganaba. Las 200.000 pesetas de la ficha me duraban una semana. He hecho burradas en mi vida», explica el exfutbolista.

Grau fue un jugador querido en Alicante. A pesar de no destacar por su técnica, funcionaba de delantero centro y exhibía ardor y pelea. «Se pegaba con todo, iba a por todas siempre», recuerda Maldonado, directivo herculano de la época, a quien le ganó un reloj por cumplir la apuesta de marcar un gol en un partido trascendente.

El diario «Dicen» de Barcelona lo eligió como extremo destacado y el Hércules se negó a traspasarlo pese a recibir alguna oferta. Sin embargo, tras ascender a Primera División, fue cedido al Murcia y a partir de ahí, el club alicantino lo perdió de vista. «Jugué en el Diter Zafra, Andorra, Orihuela, Vilafranca y también en el Español de San Vicente. «Y aquí sigo. Pobre, pero contento», concluye.