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Granell deshidrata al Ilicitano

El Hércules remonta el gol del filial del Elche con dos tantos de Adri Cuevas, el segundo en el 93

Hay partidos que se mueven por un agitador. El de ayer encontró a Adriá Granell con un látigo por la banda izquierda. La pertinaz insistencia de este potro desbocado, un extremo a la antigua usanza que hace honor al 11 que luce en la espalda, movió el tarro en ese híbrido de derbi, frente a un Ilicitano peleón, pero imberbe, al que el encuentro en el Rico Pérez, con carga de tensión añadida, se le hizo extremadamente largo.

El Hércules necesitó un golpe para despertar ante filial del Elche. Los franjiverdes se adelantaron en el marcador a los 18 minutos y acto seguido se despidieron de Chema, portero herculano, al que ya no vieron nunca más. Cierto es que durante el primer acto no les hizo falta. El Ilicitano se mueve con orden, busca las botas de Rubio cuando mira hacia adelante y junta líneas. Mir ha trabajado el bloque, que con las pilas cargadas frenó a los blanquiazules. El tanto del equipo visitante llegó por obra de Mario, un joven valor criado en los cadetes del Hércules antes de emigrar al Villarreal. Su salto para enganchar un perfecto cabezazo adelantándose a los centrales dejó en evidencia la altura de la zaga blanquiazul, a la que solo le faltó aplaudir. (0-1, m.18).

El partido encontró con ese tanto un punto de inflexión. El filial asumió como única misión quedar blindado por detrás y el Hércules comenzó a activarse.

Con la llegada de Rafita, los alicantinos han cerrado el grifo que goteaba por la banda derecha. Y eso ayuda a mejorar el panorama general. En el centro del campo, no obstante, aflora más músculo que chispa. Falta por ver ese jugador con luz capaz de explorar vías. Hasta ahora, tanto Martins como Lázaro usan mejor la brocha que el pincel.

Quién sí pinta con cierto ángel es Adri Cuevas, un segunda punta con gol. Se mueve bien en los espacios de definición. Y eso fue clave ayer para el Hércules.

A ritmo de diesel, el cuadro de Pacheta fue avanzando metros hasta que cazó la liebre en una jugada con cierta fortuna. Un disparo de Chechu Flores que el poste repelió hacia el área chica fue capturado por Cuevas, que solo tuvo que acoplar la bota para empujar la pelota plácidamente hacia la jaula (1-1, m.43).

El empate cambió definitivamente el decorado del encuentro. Adriá Granell entró en combustión en la segunda parte. El valenciano, junto a Paco Peña, abrió un circuito por la izquierda, espacio por el que el Ilicitano sufrió un martirio.

El filial pasó de blindarse de maravilla a sufrir apuros provocados por un martilleante golpeo. El escenario y la etiqueta del encuentro le dejó tiritando en la recta final del choque, con continuas caídas al césped para pedir una mano amiga que pusiera los músculos en su sitio. El partido se hizo eterno para el joven conjunto ilicitano, que debió besar la lona mucho antes.

El Hércules fue avanzando por el costado con el ímpetu de Granell, rebosante de energía, sin desfallecer jamás. Junto a Peña, el extremo marcó el ritmo de un baile que el Ilicitano no pudo seguir. Las llegadas a las inmediaciones de Pol fueron aumentando conforme pasaban los minutos.

Pacheta optó por dar descanso a Flores e introdujo a Casares, un jugador que fue de menos a más. De igual forma, apostó por Portillo como «9» para los veinte minutos finales. Tanto uno como otro metieron más miedo en el cuerpo al enemigo. El primero, con una perfecta triangulación para servir la pelota en el área y que Pol desbarató desviando el disparo final de Granell. El segundo, con un buen remate de cabeza que alojó el balón en las mallas, pero que fue invalidado por fuera de juego.

A esas alturas, el Ilicitano se caía al suelo, desbordado. Sin capacidad para acercarse a Chema y con las fuerzas por debajo del nivel, al filial solo le quedaba esperar que el contrincante siguiera sin encontrar la vena cada vez que metía la aguja. Estuvo a punto, puesto que hubo que llegar al tiempo añadido. Pero no aguantó. Un saque de esquina tocando la hora final, botado por Granell, encontró la ayuda del portero Pol, al que le pasó el balón por encima. El cuero llegó plácidamente al segundo palo para que Cuevas lo picara hacia abajo con suavidad y mimo hasta el punto que entró llorando, con lentitud, como si quisiera recrearse ante los fotógrafos a pie de campo. Era el 2-1. Y el minuto, el 93.

El equipo de Mir se quedó sin respuesta, abatido por la fiereza blanquiazul. El vigor local acabó por tumbar al filial franjiverde, que acabó desfondado, acalambrado, sin fuerzas. En todo caso, fue un digno rival.

El Hércules, por su parte, va despejando el camino. Las cosas comienzan a verse de otra forma.

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