«No hi ha res a fer». La frase salía en voz baja, clara, pero en voz baja, cada vez que se levantaba del asiento en el patio de caballos, ese lugar de entrada al Rico Pérez reservado al «Senado» herculano, espacio de tertulia de un grupo de veteranos aficionados que, lloviera o tronara, en Primera o Segunda B, no faltaba a la cita diaria para debatir sobre pasado, presente y futuro del Hércules, esa «cosa» sobre la que no había «res a fer» para Pepe Berenguer, el hincha que se colaba de niño en Bardín y de adolescente pintaba paredes y puertas a cambio de una entrada en La Viña. Contaba y repetía que no tenía intención de volver al Rico Pérez tras el descenso a Segunda B, pero nadie le creyó. Nadie le podía creer. De hecho, las apuestas en el «Senado» circulaban acerca de si sería el primero en sacarse el abono para la temporada venidera. Herculano de pura cepa, de los que no dormía cuando el equipo perdía, de los que maldecía viendo a los vecinos del Elche «más guapos y más altos», Berenguer dedicó su jubilación al Hércules desde ese banco de madera donde, sin esconderse, lanzaba dardos e inquisitoriales miradas a entrenadores y jugadores cuando las cosas salían como salían. Desde allí me llamó una y mil veces, cada vez que intuía movimientos extraños («Xiquet, pasa por las oficinas que por aquí hay lío»). Así era Pepe. Un tío grande. Doy fe.

Pepe Berenguer, aficionado del Hércules, murió ayer, día de San Juan, a los 74 años en Alicante.