No queda otra, hay que salir del bucle perdedor que arrastra al descenso, hay que lavarse la cara con agua fría y enfrentarse a los últimos cinco partidos como si de cinco finales se tratara. No valen ya cálculos, son necesarios los cinco, hay que dejarse de conjeturas y dar el do de pecho en todos y cada uno de los partidos que quedan. La historia del Hércules así lo demanda. Deben saber unos y otros, directiva y plantilla, que están jugando con los sentimientos de una afición, de una ciudad y de un club que viene de un pasado marcado por la reputación de haber sido de los primeros equipos en militar en la primera división allá por los años treinta. En el año treinta y cinco, tras siete temporadas desde la fundación de la Liga, asciende el Hércules como campeón de Segunda y comparte campeonato con los mejores y más históricos equipos de España. Veinte temporadas le contemplan en la máxima categoría, cuarenta y dos en la división de plata y ocupando el segundo lugar, tras el Real Murcia último verdugo, en el histórico de puntuación. Club con solera que no merece el trato que se le está dando, sobre todo desde consejo y dirección, desde hace algún tiempo.

Destituido Hernández, los Quiques que se cruzan por los pasillos de las zonas nobles del club, acaparan gran parte de la culpa de la situación agónica en la que se encuentra el club que en su día fundara El Chepa. El principal Ortiz, que contagia sus problemas profesionales a la institución herculana de la cual es accionista mayoritario, por no decir amo y señor. Sus imputaciones por corrupción, sus devaneos con los dos últimos alcaldes y sus implicaciones con la posible financiación ilegal del Partido Popular, no hacen sino influir negativamente en el devenir del equipo alicantino. Normalmente se rodea de gente anodina y de poco fuste, y cuando alguno intenta que la nave herculana tome rumbos distintos a los por él ordenados, es expulsado fulminantemente del organigrama que suele retorcer a su conveniencia. No tolera a nadie con personalidad, para eso ya está él. Un organigrama deportivo jalonado de idas y venidas, de odios y amores, de dimes y diretes. De todo menos de planificación seria y realista.

El último de sus fichajes, otro de los Quiques, Pina, ha resultado tan «bluf», como se adivinaba desde el principio. Con sus antecedentes poco o nada se podía esperar que no fuera tomar al Hércules como laboratorio de sus muchos negocios futbolísticos. Su preocupación sin duda es el Granada, del que es dueño, y al que dedica tiempo y recursos para intentar mantenerlo en Primera, y de los demás, su segunda apuesta pasa por la tacita de plata, dónde su padre es el presidente del Cádiz, por aquello de mantener las formas ante los Tebas de turno.

Ni se ha ocupado ni preocupado por el Hércules ni un mísero minuto durante toda la temporada. Y si el año que viene coincidieran gaditanos y herculanos en Segunda o en Segunda B, que todo es posible, ya me dirán dónde irán dirigidas sus preferencias, quien será el predilecto.

Por todo no queda más que espabilar, sacudirse unos a otros, salir del maldito sueño dónde se está instalado, calzarse los borceguíes y jugar con la intensidad necesaria para sacar adelante cada uno de los cinco partidos que quedan, sin que haga mella en la convicción aquello de que lo que no se ha hecho en treinta y siete, difícilmente se hará en cinco.

Nadie quiere ver al Hércules visitando campos de Primera División para jugar con equipos filiales de segunda B, como los Villarreal, Ilicitano, Mestalla, o Español. Nunca en el deporte existe la humillación, pero la trayectoria del Hércules ha de evitar confrontaciones ligueras de estas características. Quizás jugando contra otro filial, se confirme la permanencia. A espabilar, por el Hércules y su ciudad.