Todo hace pensar que este Hércules acabará, más pronto que tarde, cruzando la línea de meta. Seguro de sí mismo, fuerte como un roble, se permite el lujo de esprintar en la parte final del maratón para adelantar metros en un feudo con galones, El Molinón, que observó ayer cómo se replantea con ambición y sobre la marcha un partido para embolsar tres puntos. No para especular, no para conservar, no para contemporizar. No, hablamos de ganar. Eso dejó escrito Quique Hernández sobre la pizarra del vestuario cuando, llegados al descanso y analizada la primera parte, introdujo un cambio táctico. El entrenador del Hércules golpeó el timón y varió el rumbo de un choque hasta ese momento de escudo, de tarea defensiva, de trabajo destructivo. Sacó a Escassi del campo (no porque el malagueño no estuviera cumpliendo sino porque estaba decidido a cambiar el guión), introdujo a Sardinero por la derecha y colocó la lupa de Edu Bedia por el centro. Con todo ello ¡zas!: seguimos en la misma sala, pero ante otra película en la pantalla. Ya nada fue igual. El Hércules siguió con firmeza atrás, pero enfiló hacia adelante, puso el ojo en Cuéllar y maniató a un Sporting sin soluciones, impotente para pasar por la línea roja marcada por Paglialunga, pieza que se multiplicó tocada por el don de la ubicuidad.

Son ocho partidos sin perder, 370 minutos sin encajar un gol fuera del Rico Pérez, datos que adornan la imagen sobria, seria y solvente de un equipo que navega a velocidad de crucero, seguro de sí mismo. El Hércules, hoy por hoy, aparece como un tiro para muchos de los inquilinos de la categoría de plata, y más para un equipo como el Sporting, que se presentó ante su parroquia amenazado por el reproche continuo, ante un juicio sumarísimo tras alejarse del ascenso en Ponferrada una semana antes.

La cita dejaba al grupo de Sandoval enfrente de uno de los rivales mejor abrigados en esta parte del campeonato. Cabrera fue un coloso, al igual que Pamarot, dos futbolistas que ofrecen una postura defensiva prácticamente infranqueable. De eso quedó constancia en los primeros minutos, el breve espacio de tiempo en el que el Sporting mostró las uñas. Ambos centrales marcaron el límite a David Rodríguez, que se quedó una y otra vez en el intento. Fue, con todo, en ese primer acto sólo cuando hubo noticias del cuadro asturiano. No es que martilleara, pero al menos sí ofreció cierta intención en los metros finales, abortada siempre por la disposición defensiva herculana.

Hábil colocando ladrillos para amurallar a Falcón, el Hércules no mostró en ese acto su destreza con el rifle. Cercenó las habilidades de Trejo y David Rodríguez, pero no encontró camino para llegar a los dominios de Cuéllar. La tarea defensiva se presentó como primera asignatura a aprobar ante un Sporting amenazado en la grada, apuntado por una afición dispuesta a otorgar nada más que veinte minutos de cortesía antes de hacer tronar el Molinón expresando su disgusto por la clasificación del equipo a estas alturas. Y tras un par de acciones que nacieron de las botas del alicantino Cristian Bustos, el Sporting se fue evaporando, estrellado ante el muro infranqueable que levantó Cabrera, ante la excelente ubicación de Pamarot, ambos excelentemente secundados en los laterales por Cortés y Peña, y protegidos por delante con otra capa de grueso espesor formada por Paglialunga y Escassi.

Otro escenario

Hernández expuso claramente en el descanso que no aceptaba el papel de telonero para su equipo. Dispuesto a desatar la tormenta, dejó en la caseta a una pieza de contención (Escassi), introdujo a Sardinero por la derecha y reubicó a Bedia por el centro para dar espacio al limpiaparabrisas del cántabro. La variación táctica funcionó desde el minuto 1 del segundo acto. A la solidez defensiva ya expuesta se sumó una hasta entonces desconocida vocación atacante que hirió el delicado sistema nervioso astur.

No hubo demora. El Hércules dio un paso al frente protegido por Paglialunga y con el acento de Eldin, el joven canterano que crece dos palmos cada siete días. Un toque mágico del hispano-bosnio, armando un contragolpe, dejó a Portillo frente al portero asturiano, que había salido desesperado lejos de su área para frenar el avance del madrileño. Portillo marcó bien el quiebro al guardameta, pero ejecutó mal el disparo, lejano pero con la meta despejada, únicamente con dos defensores rojiblancos corriendo de espaldas para tapar lo que pudieran. Fue el primer aviso del Hércules, que siguió a lo suyo.

Del Sporting no hubo señales hasta que un resbalón de Pamarot propició un chut de David Rodríguez que se estrelló en el poste. Fue la única aportación al espectáculo del cuadro asturiano, que recibió el castigo merecido en una acción de empuje del oponente. Un balón centrado por David Cortés y rechazado por el portero con el puño llegó a Paglialunga, que desenfundó la lanza desde la frontal para fusilar entre un bosque de piernas. Gol de oro.

El Hércules dio un salto en Gijón. Treinta y ocho años después se ganó en El M0linón. Un triunfo que acerca la permanencia.