El primer gol que marca Braulio en el Guadalajara-Hércules viene precedido de un golpe de frialdad de Edu Bedia. Es un toque sutil y certero.

Otros manejan las piernas desde el estallido que les produce el corazón al recibir de cara en la frontal del área. Él no. Bedia tiene una especie de estado narcótico permanente que le permite jugar con la serenidad de un violoncelista de jazz. Es preciso en el pase, sostiene parte del mejor juego colectivo del Hércules, juega bien de espaldas y hasta tiene facilidad para darse la vuelta sorteando al defensor. Maneja todas las capacidades de un buen jugador de centro del campo. Sin embargo, no ocupa esa posición. No, al menos, de inicio.

Quique Hernández prefiere colocarlo en la banda izquierda. Se maneja especialmente bien en núcleos de dos o tres jugadores ocupando no más de 5 metros de diámetro, y controla especialmente bien el juego asociativo en trazos cortos. De ahí que resuelva su posición con suma facilidad en las continuas ocasiones en las que se le entrega un balón rozando la línea de banda. No le niego ese talento. Sería capaz de esquivar a una vaca metida en una despensa. En la gran mayoría de las ocasiones es capaz de resolver esa papeleta, por eso da la falsa impresión de que es su posición más adecuada. Yo no lo creo así. La banda izquierda no explota toda su dimensión como futbolista.

Una jugada en la primera parte del encuentro en Guadalajara resume bien lo que trato de explicar. Edu Bedia recibe un balón en la banda izquierda. Tiene 30 metros por delante para encarar al único defensor rival, tratar de disparar o buscar a un compañero. Acaba perdiendo incomprensiblemente la pelota mientras se planteaba el debate interno de qué hacer con ella. Porque el cántabro no es un jugador especialmente rápido, no tiene un control de trazada larga ni un fondo físico que le permita darse un atracón de yardas en diez segundos. Su tarea es pensar. Si a su trabajo intelectual se le mezcla la parcela física se aturulla. No es, por tanto, un futbolista de banda.

Su lugar es el medio, donde recorriendo apenas 5 metros pueda situarse cerca del compañero que lleva el balón. Donde levante la cabeza y tenga un radio de acción tal que le permita valorar el mayor número de alternativas posibles. Donde superar a tres rivales a través de la asociación con un compañero sirva para algo más que para no morir ahogado en la banda. Donde deje de ser un jugador de transición para convertirse en un hombre de último pase. Eso sucederá, irremediablemente, situándolo más centrado. Si su entrenador cree oportuno pegarlo a la cal, puede hacerlo en la banda derecha. Tener la pierna cambiada permitirá que su juego tienda de manera natural hacia el eje central. Pero todo lo que suponga alejarle de esa posición será negar la naturaleza misma de las cosas.