A ése le voy a dejar tuerto. Aunque en el intento yo me quede ciego, a ése lo dejo tuerto. Y como a mí me sobran cojones y dinero, pasará el tiempo y volveré a ver, pero ése se quedará tuerto". El tal "ése" es Sergio Fernández, el director deportivo que osó oponerse al fichaje de Javier Portillo por el Hércules; y quien se mostraba decidido en una conversación privada reciente con un abogado de Alicante a meter el dedo en el ojo es Enrique Ortiz, suegro del futbolista madrileño, para quien no hay piedad ni compasión con quien se atreve a proponerle un pulso. Por ahí pueden comenzar las verdades que demanda Juan Carlos Mandiá, el entrenador que se apresuró en poner en marcha el plan que, en presencia del presidente, Jesús García Pitarch, quedó expuesto en el vestuario del Rico Pérez nada más acabar el encuentro ante el Girona, con el eco de la sonora pitada recibida por Portillo nada más saltar al césped en los últimos minutos del encuentro disputado el sábado. Mandiá reclamó a los futbolistas apoyo para proteger a su compañero de la ira del público y Pitarch subió la temperatura apostillando entre las cuatro paredes que la "culpa" es de 'esos dos hijos de ...' que están en las oficinas (en referencia al propio Fernández y al secretario técnico, Carmelo del Pozo). Tras ello, con paso firme, dispuesto a protagonizar otra de esas extrañas piruetas que han marcado su última etapa para seguir teniendo vela en este entierro, el entrenador gallego (que quizá desconozca que pretendieron reemplazarle por Sandoval meses atrás) se personó en la sala de prensa reclamando a los periodistas "la verdad" sobre el 'caso Portillo'. Cierto es que su deber y obligación es proteger al futbolista (que, recordemos, él mismo echó la temporada anterior), lo que no cuela es la "mala intención" que dice ver para provocar el malestar del aficionado (para hablar de intenciones más o menos aviesas, el propio Mandiá debería recordar aquella conversación telefónica del pasado verano en la que Pitarch le aconsejó bajarse el sueldo para, entre otras cosas, dejar en evidencia a Sergio Fernández).

No, esa explicación, decía, que pretende escuchar el entrenador del Hércules para aclarar la indignación del respetable va más allá del 'caso Portillo'. Por detrás se han ido almacenando toneladas de decepciones generadas a base de decisiones caprichosas que han llevado a la ruina social y económica a una entidad que cumple noventa años. Que Portillo haya vuelto al Hércules como ha vuelto sería más "llevadero" si Ortiz no hubiese tratado por norma al Hércules como un cortijo, fichando, por poner un ejemplo, a un jugador de pádel como secretario técnico el año de Primera División sin más mérito que ser amigo de un familiar, o colocando en el club a amigos y allegados que no han dado una a derechas. A resultas, trece años después de su llegada al trono, el Hércules presenta a modo de credencial tres suspensiones de pagos, una deuda millonaria y, por encima de todo, una imagen pésima en el resto del país. Y es que con el mismo pulso, pero con distinta voluntad que doña Cecilia Giménez, la octogenaria que deformó el Ecce Homo en la iglesia de Borja, el empresario ha ido desfigurando el club hasta convertirlo en una caricatura dentro de un marco de crispación permanente.

Sobre esta tarima y con dudoso pincel ha aparecido Pitarch, que no debió aceptar el cargo en tanto no se hubiera resuelto la salida pactada de Fernández, a sabiendas de que su verdadera función es la de director deportivo por mucho que quedara disfrazado de presidente ejectivo para colocarse jerárquicamente por encima del leonés. Más, si cabe, tras tener constancia del contrato privado firmado con Enrique Ortiz, en el que aseguraba a Sergio Fernández total independencia en la parcela deportiva y protección contra injerencias. Ahí es donde queda retratado el valenciano, donde pierde fuerza y credibilidad aunque se empeñe en sostener que ese documento que reprodujo este periódico la semana pasada no tiene validez ni le incumbe. Al contrario, el compromiso sellado por Ortiz para retener a Sergio Fernández hace ahora un año compromete éticamente a Pitarch, al constatar que a un bombero, como él, no solo le están pisando la manguera sino que le han utilizado para que, con la falsa etiqueta de presidente ejecutivo, lo vaya quemando a fuego lento. Pitarch debería tener presente que lo que le está ocurriendo a Sergio le puede servir para tomar nota a la hora de asegurarse el cobro de sus emolumentos tras constatar que hasta los contratos con firma acaban por aquí convertidos en papel mojado. Puede que, llegado el caso, también él acabe tuerto.