La guerra ni se oculta ni se disimula. Al contrario. La batalla se plantea ante las mismísimas narices de los periodistas. Ayer se dio el último capítulo cuando Sergio Fernández, acompañado por Carmelo del Pozo, se encontró con la negativa del guarda jurado para abrirle la puerta de acceso al campo de entrenamiento de Fontcalent. Tal postura protagonizó un momento de tensión, dado que el director deportivo obligó al vigilante a abrirle el paso, contraviniendo las indicaciones del delegado, Ángel Linares, que cumplía órdenes expresas del entrenador, Juan Carlos Mandiá. Este último explicó en un comunicado a última hora de ayer que su postura respondió a "conseguir una máxima concentración de toda la plantilla eliminando las posibles distracciones que un ambiente hostil pudiera influir en los jóvenes jugadores", dejando entrever algunos comentarios de Fernández a los jóvenes durante sesiones anteriores.

El caso ha llegado a manos del propio administrador concursal, que trasladó al consejero delegado, Carlos Parodi, una seria advertencia para que Mandiá respete la autoridad jerárquica que Sergio mantiene sobre él y cesen prácticas que pudieran dañar la imagen del club.

Con todo, lo acontecido en Fontcalent aclara, para los que tenían alguna duda, la imposibilidad de restablecer las relaciones entre Mandiá y Sergio Fernández, otrora amigos, y, al mismo tiempo, deja en evidencia la nula voluntad de Enrique Ortiz de solucionar un problema que amenaza la estabilidad de la entidad. El empresario, alejado del ruido de sables tras dejar el escudo a García Pitarch, ha evitado pagar la indemnización al director deportivo y, al mismo tiempo, ya tiene allanado el camino para la llegada de su yerno, Javier Portillo. Es decir, ha cazado dos pájaros sin necesidad de gastar pólvora en un solo tiro.

Eso sí, el monte aparece cada día con más terreno quemado dada esa nula predisposición a sofocar las brasas finiquitando el contrato de Fernández y Del Pozo para construir el nuevo proyecto.

El encontronazo de ayer aparece como el último eslabón de una cadena de desencuentros que comenzaron a salir a la palestra tras el partido disputado en Huelva ante el Recreativo (1-0). Unas críticas públicas y privadas realizadas por Sergio Fernández sobre el juego desplegado por el equipo y la forma de conducir el grupo por parte de Mandiá resquebrajó la unión entre ambos. La ruptura aumentó en Córdoba, consumada una nueva derrota unida a una pobre imagen del equipo. En el tramo final de la Liga regular, Fernández y Mandiá volvieron a acercarse tras la mediación de Perfecto Palacio en un almuerzo organizado para cerrar heridas, pero la cicatriz volvió a sangrar horas antes del partido ante el Alcorcón en Madrid. Según versiones del entorno del gallego, un comentario de un técnico afín a Sergio Fernández a un jugador de la primera plantilla aventurando el final de la "era Mandiá" acabó encendiendo de nuevo una llama que no se apagaría más. Y lo peor es que desde el club tampoco hay intención de usar la manguera.