Acostumbrado como está a vivir peligrosamente entre los negocios y la política, Enrique Ortiz es capaz de gestionar la voladura controlada del Hércules con la misma naturalidad con la que navega por aguas de Ibiza. Sólo una entidad con semejante pulsión autodestructiva como la alicantina puede agravar sus propios desastres en tan corto periodo de tiempo. Después del ridículo nacional de la alineación indebida en la Copa -coronada ayer con la insultante sanción de 6.000 euros-, era difícil superarse, pero nada es imposible para el amo de la finca. Despechado por los elogios a la brillante gestión de Perfecto Palacio y su equipo, Ortiz decidió por las bravas imponer como consejero plenipotenciario a Parodi. "Y el que quiera mandar, que se juegue los duros como yo", debió de pensar el constructor, al que no le tembló el pulso a la hora de poner del revés y contra las cuerdas la viabilidad del actual proyecto deportivo y de la propia institución. Consumado el golpe de mano en la dirección del club y desautorizados los nuevos dirigentes, siempre nos quedará Castedo para calmar a las peñas y restañar las heridas en el cuerpo técnico. ¿Es necesario involucrar al Ayuntamiento en este lamentable episodio de lucha de egos, quebrantamiento de lealtades, ambiciones de cortijo y lacayismos varios? Quizás lo más triste de todo es que Ortiz va a tener razón: el que paga, manda.