Llovía sobre mojado. Era la segunda vez en tres meses que Perfe Palacio presentaba su dimisión a Enrique Ortiz al sentirse desautorizado. La primera aconteció nada más llegar, cuando se procedió a cristalizar una de las primeras operaciones y toparon con Carlos Parodi. Tal acción sirvió para levantar el velo al hoy consejero delegado de la discordia, que entre balbuceos acertó a decir que no se movía un euro sin el consentimiento previo de Ortiz (aquello sucedió antes de acogerse a la Ley Concursal). Palacio montó en cólera, discutió de forma acalorada con el constructor tras observar que su amigo, el mismo que le había pedido que reconstruyera y le cuidara la casa, le colocaba un policía en la puerta para ver cómo movía los muebles. La situación se resolvió horas más tarde, pero aclaró un par de conceptos: Por un lado, Parodi pedaleaba en otra dirección; por otro, Palacio constataba que en lugar de las llaves del club sólo le habían entregado el llavero.

El primer gran roce levantó ampollas, pero una vez superado se creyó que podían recorrer más kilómetros de autopista antes de que apareciera un nuevo percance. Pero no. Y esa fue la sorpresa. El comité ejecutivo daba por hecho que Ortiz irrumpiría de nuevo, pero las previsiones no bajaban del mes de mayo, así que a estas horas Palacio, Huerga y Quintanilla seguirán preguntándose qué motivo impulsó al ex máximo accionista a meter el dedo en el ojo cuando apenas habían transcurrido tres jornadas de Liga.

¿Surgieron los celos al escuchar continuamente parabienes del nuevo proyecto y de los gestores mientras él, con 13 años de críticas acumuladas y decenas de millones invertidos, sólo recibía golpes? ¿Presiones del clan familiar? ('qué se habrán creído estos que no pintan nada aquí y ahora hablan de que si el enfermo ya no está en la UVI, que si ha subido a planta...). Puede que de todo un poco.

El capítulo final comenzó a escribirse en los momentos previos al partido de Copa del Rey ante el Alcoyano. Laura Ortiz, primogénita del empresario, soltó un exabrupto mientras negaba el saludo a Sergio Fernández en el palco del Rico Pérez. Tampoco el director de Comunicación del club, Micky López, escapó de la provocación. La parte contratante comenzaba a mostrar los dientes, a no esconder su malestar con los nuevos inquilinos. Resultó ser el preámbulo del acto final, el que llegaría en esa junta de accionistas montada el sábado por la noche, varias horas después del partido ante el Recreativo, con pocas posibilidades de que se congregaran cámaras y bolígrafos (¿no es eso nocturnidad y alevosía?) para retratar al flamante y nuevo consejero delegado Carlos Parodi, uno de los pocos empleados que ha sobrevivido a la catastrófica gestión padecida en los últimos años. ¿Alguien puede creer que la solución puede llegar de quien ha sido parte del problema? El picor, sin embargo, no fue sólo por eso: El comité ejecutivo se rascaba por el secretismo de la operación, que intuyó diseñada con precisión. Veían a Ortiz metiendo el palo en la madriguera a sabiendas de que el calculado incordio iba a espantar de la guarida a todo bicho viviente.

Y así fue. La conversación entre Palacio y el propietario de Cívica no necesitó mucho verbo para que el primero percibiera que no se le iba a convencer para que se quedara. Ortiz volvía al ruedo, no sin antes pedirle que se llevara a Huerga (otra de la fobias del clan) con él.

Un buen conocedor de la realidad herculana que ha sufrido en sus carnes varias tormentas en el Rico Pérez me lo exponía gráficamente: "Enrique le dejó a Perfe un perro pulgoso, sucio y moribundo, y tres meses después, Palacio paseaba por Alicante con el can recibiendo felicitaciones por su nuevo aspecto. Así que, como era previsible, Ortiz se ha apresurado a cogerlo otra vez del collar".

El problema, añado yo, es que ahora al perrito, aunque limpio y reluciente, le ha dado por morder.