El Hércules sacó el máximo premio de una extraordinaria labor defensiva en A Coruña. Los alicantinos abrieron una brecha al Deportivo con un gol de Abel Aguilar y acto seguido enfocaron su esfuerzo en amurallar los dominios de Falcón para anotarse los tres puntos en Riazor, cuya parroquia contempló impotente el brutal y a la vez estéril dominio de su equipo, incapaz de descoser el dispositivo planteado por Mandiá.

Rompió el equipo alicantino los pronósticos a las primeras de cambio, aumentando el volumen en la retaguardia ante el acoso de un gigante herido, que se acabó topando con un bloque cohesionado, firme y generoso en el esfuerzo.

Tiene el Hércules claros los conceptos. A falta de fútbol fluido a estas alturas de competición, aporta el sacrificio colectivo como principal argumento. Todo equipo que no tiene el balón padece, pero aquel que sabe cerrar espacios y no dejar fisuras -para lo que se requiere unidad absoluta- acaba sonriendo. Eso le sucedió ayer al bloque herculano, desnortado en la creación, pero firme y sereno en la tarea destructiva.

Falcón tuvo que emplearse a fondo desde el principio. A los diez minutos comenzó a responder con acierto en un disparo lejano de Salomao que buscaba destino feliz. A eso contestó el Hércules con un centro medido de Samuel al desmarcado Callejón que no acabó en gol por la acertada intervención de Aranzubia al disparo cruzado del extremo herculano, que se acomodó el esférico aplicando el manual.

Esa acción sirvió para enseñar los dientes, orientarse y comenzar a mostrar con orden señas de equipo generoso. Nadie se hizo el remolón ante el exigente trabajo defensivo que reclamaba parar a un equipo como el Depor. Corrieron todos y corrieron bien, única forma de mantenerse con vida frente a rivales como el gallego. No brilló el ingenio creativo pero salió a relucir una excelente labor de destrucción que gira sobre el eje de Diego Rivas, y que encuentra el sacrificio de todo bicho viviente, sobre todo en la última línea, donde Peña y Samuel se multiplicaron por cuatro.

El Deportivo sufrió el primer contratiempo a los 20 minutos. Riki se lastimó en una acción y tuvo que ser sustituido por Xisco, un futbolista que estuvo en la agenda heculana el pasado verano.

El equipo de Oltra, sin embargo, se valía de Salomao para meter miedo. El portugués, eléctrico, mostraba su juego vertical a poco que el balón le cae controlado en su zurda.

Pero el verdadero lío en Riazor llegó con Abel Aguilar. El juego del colombiano no ha alcanzado todavía su punto perfecto de cocción, es un diesel que necesita kilómetros para acumular finura, pero jamás rehuye la batalla ni se deja un metro por recorrer. Así lo hizo cuando vio a Callejón armar un centro perfecto en busca de la cabeza del sudamericano, que coló su cuerpo entre los centrales para batir a Aranzubia (0-1, m.41).

Nada más comenzar la segunda parte, Oltra añadió fuego a la batalla: Dejó en la caseta al veterano lateral Manuel Pablo e introdujo al delantero Lassad. Toda una declaración de intenciones para afrontar la segunda parte de un prometedor acto.

El cuadro requería temple, posición y sacrificio, al menos, para detener la embestida brutal que el Depor había asumido como necesaria para cambiar el decorado. La dinámica se tornó peligrosa, el Hércules se replegó sin acertar a salir de la ratonera con alguna contra que hubiera recordado a los gallegos que debían cuidar su espalda; Falcón recobraba protagonismo con una doble intervención que evitó el gol de Lassad y Pablo Álvarez y cada minuto parecía una hora para la zaga herculana, obligada a marcar el paso hacia atrás ante la acometida de un Deportivo que no parecía desesperarse ante el muro dispuesto por Mandiá, que añadió cemento en la línea de atrás haciendo debutar al recién llegado Arbilla.

El Hércules renunciaba a ver a Aranzubia de cerca. Centró su energía en arropar a Falcón y achicar agua. Cosida la línea de atrás con un pespunte más, el Depor encontró desesperación. El conjunto de Oltra lo intentó de todas las maneras posibles, con el control absoluto del balón, pero chocó con una muralla, con un dispositivo numantino que leyó el encuentro en clave defensiva. Mantener un encuentro así también precisa algo de suerte, y esa llegó con un remate de Ze Castro en el minuto 86 que repelió el palo cuando hasta Falcón, arrodillado, daba el balón como gol.

Los minutos finales fueron un continuo ensayo de centros a derecha e izquierda, que encontraron una y otra vez idéntica respuesta. El abrazo final de todos los herculanos sobre el césped escenifica el cohesionado sacrificio de un bloque se se vio obligado a multiplicarse por diez.