El Hércules consumó anoche otro fiasco histórico que le devuelve a Segunda entre la resignación de la grada, la incapacidad de sus jugadores y las desconcertantes decisiones de un técnico, Miroslav Djukic, que trajo ilusión y acaba en medio de la perplejidad general. En el último episodio de este efímero e ingrato paso por la élite del fútbol español, el equipo se pareció al de las últimas jornadas y se empeñó en regalar un partido que tenía totalmente controlado con 2-0 y que aún le daba un hilo de vida para las dos últimas jornadas. Entraba en el guión que Velthuizen y la defensa se despistaran en el primer gol de un ramplón Mallorca; también era previsible que Pamarot se durmiera en el empate de Webó. Lo que resulta más difícil de entender es el empecinamiento de Djukic en prescindir nuevamente de Nelson Valdez, uno de los pocos que pueden marcar diferencia, al que sólo le dio carrete cuando apenas había nada que hacer. En su línea de entrenador encantado de conocerse, el técnico serbio hizo debutar a un canterano, Luis Carlos -que no desentonó y dejó buenos detalles-, pero optó por dejar en la banda al internacional paraguayo cuando el equipo se había quedado sin aire, sin empuje y sin salida de balón, tres de las cualidades Valdez. No hay partido en el que el entrenador no haya dejado de sorprender con alguna de sus estrambóticas decisiones. Deben de ser cosas de la nueva escuela, que no las entiende nadie. Arrancó bien posicionado el Hércules frente a un rival de medio pelo, con Farinós de nuevo al mando y una sociedad inesperada, Kiko y Sendoa, que llevaron al equipo a una cómoda victoria al descanso. Con un gran derroche físico y buenas maniobras por dentro y por fuera, el canterano abrió a la defensa mallorquinista y el veterano hizo los dos goles con las virtudes que siempre le han caracterizado: profundidad, remate y conocimiento del juego. Pero todo se trastocó en la reanudación. Ausente Farinós y con Fritzler en su puesto, el equipo se quedó sin fuelle y sin el balón a la hora de juego para dar paso a los fantasmas habituales: pérdida de concentración, errores individuales en el campo y en el banquillo y obsequios defensivos que aprovechó el Mallorca mientras Valdez calentaba de mala gana en la banda. Y así bajamos a Segunda: de regalo en regalo hasta el desastre final. Pobre Hércules.