Mira xiquet, a mi no me gusta salir mucho en las fotos, van a pensar que no he tenido bastante. Ahora es tiempo de otros". Trataba yo de convencerle hace años, sentados enfrente de la cafetería Iruña (en Luceros, cómo no) de que me contara su vida para ir hilvanando datos que reunir en una biografía que tenía en mente. Pero José Rico Pérez, el gran presidente del Hércules, no estaba por la labor. Prefería seguir medio escondido, paseando al perro por el centro de Alicante, saludando sin parar a todo bicho viviente que se paraba a su paso y que, a la tercera palabra, ya mentaba el nombre del club que un día fundó El Chepa, casi siempre, como es natural, entre lamentaciones ("no arranquem, Pepe"). Así que ya no sé si, por seguir esa línea, eligió el día de ayer, ajetreado como pocos, para irse sin hacer ruido y sin que nadie reparara en su ausencia. En silencio, en suma, ese que ni su inseparable Maruja pudo manejar durante los días previos al partido de Irún, en el piso de Alfonso El Sabio, donde la mente invadida por el Alzheimer encontraba espacio para burlar la maldita enfermedad con el esbozo de una sonrisa cómplice, que surgía entre el trasiego de los nietos vestidos con la camiseta herculana colocando banderas ante la desesperación de la abuela, incapaz de poner paz a la euforia desatada tras los goles de Portillo.

Andrés, su hijo, se aferra al pensamiento de que su padre, de alguna manera, se enteró del regreso del Hércules a Primera División. A muchos, intuyo, Andrés, no nos cabe ninguna duda. Entre otras cosas porque ningún herculano podría entender ni se atrevería a sospechar que tu padre, nuestro don José, tuviera intención de irse de este mundo sin tener al Hércules en el techo del fútbol, donde él lo dejó y desde donde va a seguir viéndolo, aunque sea por una rendija, como contaba Joan Gaspart, aquel chaval que llegó al Barcelona como pareja de un tal Núñez y que pronto aprendió, de la mano del dirigente herculano -con el que coincidía en la Federación de Pablo Porta- que para sufrir menos viendo un partido bastaba con levantarse del palco, esconderse detrás de una puerta entreabierta e intuir por la ranura que el balón estaba lejos de donde no interesaba que estuviera.

Entre anécdotas, lecciones y enseñanzas acaba escribiéndose la historia, y en este caso no cabe otra que pensar en la condecoración. Tanto que, tras marcar una época al frente del mejor Hércules de todos los tiempos, hubo que recurrir a su principal obra para asegurar la supervivencia años después de su salida. A imagen y semejanza de Santiago Bernabéu, el presidente madridista que dejó un estadio y una ciudad deportiva como herencia que sirvió de aval para asegurar la supervivencia del club en tiempos de penumbra, el Hércules encontró en el coliseo que legó Rico Pérez la vacuna contra una muerte segura. Así que el Hércules le debe eso: la vida.