¿Qué tiene esta bola que a todo el mundo le mola?, cantaba Alaska en aquel programa infantil (entre comillas) de principios de los 80. La misma pregunta se hace uno si consigue abstraerse de cualquier raíz social y se pone a analizar el fervor, las noches sin dormir, las conversaciones en los bares, los nervios, los tranquimazines consumidos, los cientos de artículos, opiniones y reportajes que está generando esta semana la posibilidad cercana de que el Hércules pueda ascender a Primera División si derrota al Real Unión este sábado.

Y todo por ella, por esa pequeña bola de 70 centímetros de circunferencia. No más de 450 gramos de pvc (o poliuretano) que vuelve loco a medio mundo cada vez que unos cuantos tipos se lían a patadas con ella. El fútbol atrapa.

Uno de los porqués lo da el experto en Psicología del Deporte de la UNED, David Peris. En su opinión es un deporte fácil de practicar, creativo, que evoluciona constantemente. Además, llega a todas las clases sociales, no distingue en poder económico. "A diferencia de otras disciplinas, un equipo pequeño puede derrotar con más facilidad a uno grande. Hay mayor posibilidad de sorpresa", subraya. José Antonio Pérez Turpin, profesor de Educación Física y Deportiva de la Universidad de Alicante, está de acuerdo. Añade que además el fútbol es un lenguaje universal. "No todo el mundo sabe hablar cinco idiomas pero en cualquier parte del planeta la gente conoce las reglas del fútbol: la falta, el fuera de juego, el saque de esquina. Es algo que une".

Universidad, territorialidad, identidad... Terminologías íntimamente ligadas al fervor que despierta el fútbol en la gente. Para entender estos nexos Pérez Turpin se remonta a las tribus antiguas. En su opinión, los seguidores del fútbol son eso, personas que necesitan pertenecer a grupos, a movimientos "tribales". "De alguna manera es una búsqueda de identidad. De tener señas distintivas que, por ejemplo, a los herculanos les diferencia de los valencianos o de los ilicitanos".

Lo que deja claro el también psicólogo deportivo y ex directivo del RCD Mallorca, Álex García, es que estas identificaciones emocionales no son sinónimo de una persona con un carácter débil, como mucha gente intenta vender. El forofo del fútbol -grupo al que dice que perteneció hasta que conoció la cara empresarial de este deporte- tiene sus emociones mediatizadas hacia el equipo. Es decir, "el club es el elemento para canalizarlas, al igual que otras personas utilizan para el mismo fin un grupo de música o un actor al que idolatran", apunta García. Su compañero de gremio, David Peris, también tiene claro que el fútbol es un buen medio para sacar fuera las emociones. Incluso recomienda a los herculanos que si, por algún casual, perdiera su equipo en Irún, "el que quiera llorar que llore. Es algo saludable".

Evolución en positivo

Todos estos expertos en psicología y pedagogía consideran que el perfil del hincha ha evolucionado. La radicalización ha amainado con el paso de los años, según apuntant, gracias a la labor realizada por los comités de arbitraje y por las instituciones que rodean al fútbol, así como por los medios de comunicación. "El hecho de que los árbitros sean más duros con las acciones violentas dentro del campo es algo que también influye a los espectadores. Cuanto más tranquilo sea el ambiente entre los jugadores, más relajados estarán los aficionados. Ahora se ha puesto incluso de moda que los futbolistas acaben el partido dándose la mano. Es el nuevo talante", señala José Antonio Pérez Turpin.

Al igual que lo que pasa en el terreno de juego incide en la grada, el fenómeno también se produce a la inversa. David Peris asegura que los estímulos de la afición, si actúan como refuerzo, si premian el esfuerzo, sin aceptan los errores de su equipo o si animan constantemente, potenciarán que los jugadores funcionen mejor. "Es lo que llamamos centrarse en el proceso (objetivos de realización). El fútbol inglés es un buen ejemplo de ello. Animan pase lo que pase: si el equipo lo da todo están satisfechos, independientemente de si la bolita entra o no".

Por ejemplo, que a Portillo, hace unas semanas, al salir al campo, comenzaran a insultarle un buen grupo de aficionados es algo que preocupó mucho a María José Torres, psicóloga deportiva del centro Sports Clinic Arena, por cuya consulta pasan varios jugadores de elite de diferentes clubs alicantinos, tanto de fútbol como de otras disciplinas deportivas. Desde su punto de vista, siempre hay individuos, ya sea un jugador contrario, el árbitro o, en este caso, un jugador del propio equipo, donde ciertos personajes de la afición descargan toda su ira. A veces pueden ser meros seguidores y otras fanáticos, que arrastran alguna que otra patología que incide en su capacidad de autocontrol.

Según Torres, muchos jugadores y deportistas de primer nivel necesitan ayuda psicológica para soportar la presión de la grada. "Cada uno necesita una valoración ajustada a su propio perfil. Los que no llevan bien esa presión suelen tener un problema de control de pensamiento. Por tanto, hay que ver qué partes de su personalidad derivan hacia esa presión. Se tienen que dar cuenta de lo que les ocurre y por qué les pasa. A partir de ahí se buscan mecanismos para que eso no se active. Es una manera de utilizar la mente de una manera más óptima".

En el bajón del Hércules en la segunda vuelta de la liga, desde el punto de vista psicológico, algo ocurrió, según esta experta en psicología deportiva. "No es que de repente se pongan ansiosos, pero puede ser que tras el partido ante el Elche, para el que llevaba unos objetivos muy claros, y perder después el siguiente, algo ocurriera. Quizá a nivel de ansiedad".

Lo que sí tiene claro Torres, aficionada al equipo blanquiazul, es que a los jugadores no les falta motivación para el partido ante el Real Unión. "Después de todo lo que han pasado irán a por todas. Han salido del bache y han respondido muy bien ante sus seguidores. Pueden afrontarlo".

Ejemplos de pasión

Quien también lo ha pasado mal con el bache herculano es Luis Mascaraqué, presidente de la peña "Herculanos sin fronteras". Cuando Portillo marcó el gol el pasado domingo, en el último minuto, revela que se puso a llorar como un niño. "Y no fui el único", dice.

Subraya que se apuntó al Hércules cuando subió a primera, pero realmente se enganchó cuando bajó a Segunda B. De hecho, se conoce todos los campos de los clubs que han jugado con el equipo alicantino en esa categoría. Mira al club como si fuera parte de su propia familia.

Para él, seguir a un equipo se puede comparar con enamorarte de una persona. "No hay un por qué determinado. Uno se puede enganchar a un club que sólo le dé disgustos, y no hay manera de desengancharte".