No es un documental sobre física, pero tampoco una comedia romántica. Es un juego, un entretenimiento basado en la yuxtaposición de palabra e imagen y en la ironía: sabemos que las leyes científicas no tienen nada que ver con los sentimientos y, sin embargo, el sorprendente paralelismo entre ellas nos dará que pensar y nos hará sonreír, al devolvernos una imagen de nosotros manejados como marionetas por fuerzas superiores a nosotros, comportándonos como idiotas que creen tener su vida controlada y tomar sus propias decisiones. En esos términos definía el director Mateo Gil la aventura de Manel, un físico algo neurótico que se propone demostrar cómo su relación con Elena, cotizada modelo y actriz en ciernes, no ha sido un completo desastre por su culpa, sino porque estaba determinada desde un principio por las mismísimas leyes de la física, aquellas que descubrieron Newton, Einstein o los padres de la mecánica cuántica. Y especialmente por las tres leyes de la termodinámica.

El director subrayaba que no es exactamente una comedia romántica porque tiene la estructura de un documental: «De hecho, la voz de los científicos acompaña parte del metraje y todo lo que dicen es cierto; sus intervenciones podrían utilizarse para un documental sobre astrofísica. La película se parece, por tanto, a un documental de gran formato, sólo que en vez de las habituales imágenes que ilustran el texto encontramos la historia de nuestros protagonistas. ¡Lo llamativo es que ésta ilustra perfectamente los principios científicos que se están explicando!».