Nos lleva a una Siria en guerra, donde multitud de familias permanecen atrapadas por los bombardeos, entre ellas una madre y sus hijos que resisten escondidos en un piso. Es el segundo largometraje como director del belga Philippe Van Leeuw, que debutó en 2009 con Dieu est parti en voyage, una cinta en la que sin mostrar nada de las atrocidades del genocidio de Ruanda, se sumergía en el dolor indescriptible de las víctimas, devolviéndoles su dignidad de seres humanos. Alma mater se rodó en Beirut y fue Premio del público en el Festival de Berlín y en el de Copenhague, presentándose en el de Sevilla.

En el marco más hostil y peligroso que puede imaginarse, el realizador capta como esta familia se organiza con valentía cada día para continuar viviendo a pesar de las penurias y el peligro y, por solidaridad, acogen a una pareja de vecinos y su recién nacido. Dudosos de si huir o quedarse, afrontan el día a día con esperanza.

Preguntado en una rueda de prensa, Van Leeuw afirmó que la cinta era fruto de un sentimiento de injusticia. «Cuando la comunidad internacional se volcó en Libia -afirmó- con todos los medios necesarios, militares y políticos, en el mismo momento, en Siria, las manifestaciones pacíficas fueron contenidas por el terror, y en este caso, nadie hizo nada. Al igual que para mi primera película, que trataba del genocidio en Ruanda, me basé en esta rabia, en el sentimiento de impotencia ante cosas horribles que suceden ante nosotros».

Respecto a por qué no mostraba casi imágenes de la guerra, el director belga dijo que se ven muchas imágenes de conflictos armados en la televisión, se escuchan comentarios sobre los actos de tortura perpetrados, pero no se ve cómo las personas se desenvuelven a diario en esta realidad en la que están presas.