Subirse a unos tacones no es cuestión fácil... requiere destreza y una gran dosis de seguridad. Servidora que se subió a unos a los dieciocho, y todavía no se ha bajado, siempre piensa en cómo va a enfocar las curvas, las escaleras y las cuestas de la vida, sobre diez centímetros afilados con esmero. Siempre adoré a Joan Crawford, Lauren Bacall e incluso a la mismísima Cruella de Vil o a la poética Valentina de los cómics, por esa fuerza que desprendían caminando. Los tacones son al zapato de mujer lo que el incienso a las iglesias: un imprescindible (en el lenguaje mega cool de las fashionistas de hoy un must have). Y si, además, los diseña una mujer, todavía resultan más icónicos y esenciales si cabe. Toñi Pastor se plantó un día delante de su madre, gran señora a la que tuve el gusto de conocer, y le dijo: «mamá quiero ser artista», pero de los zapatos. Su madre y su ya entonces joven y luchador marido (gran empresario de las pieles y curtidos), la miraron y reflexionaron «para muy adentro». «Si ella lo dice, lo hará, no hay quien la pare», fue la frase que me consta, musitaban los dos mientras Toñi, dos niños en ristre, se ponía a estudiar incluso inglés en Irlanda. La señora Pastor tenía los bemoles y la osadía maravillosa de irse con los niños bien pequeños, y sin hablar ni papa, a una casa escuela a Dublín y así aprendía inglés, y de paso, se baqueteaba en la vida, con los aires de Europa. Desde que conozco este perfil, que pocos conocen de una mujer audaz como ella, me quito el sombrero porque ahora entiendo el fenómeno Cuplé. Elche es a Toñi Pastor, lo que Elda a Sara Navarro, un símbolo de mujeres luchadoras que construyen el futuro de nuestra provincia y nuestro país. Hoy, y tras un desfile bestial en un descubrimiento de espacio como el Hort de Nal, Cuplé es un hijo que ya ha alcanzado la mayoría total de edad, con tiendas en toda España y ahora en muchos países del mundo, más de cien, como México, Francia o Portugal, y la última en Berlín. Toñi Pastor viste pies, ciñe cinturas, cuelga bolsos y ahora hasta piezas de abrigo, cazadoras y piezas de diseño, sobre los cuerpos de esas féminas que pisan fuerte, con una de ellas, Alejandra Silva, novia de Richard Gere. Además ha presentado también una colección solidaria para la Fundación Rais, especializada en los sin techo de todo el mundo. Las colaboraciones con diseñadores son también una constante de esta ilicitana que hoy nos sirve de guía única y experimentada por su tierra; empezó con Olga Ruiz, Emilio de la Morena y ahora Juan Vidal, y en breve muy seguramente Ion Fiz, apuestas de una casa que ya es un referente de la moda española. Normalmente, sus hijos Teresa y Paco, son habituales, según me cuentan, como ella y su marido, de los clásicos Granaino, La Finca, Masía de Checho, o al borde del mar, Moments, en los Arenales. Las Dunas del Carabasí, los calderos de Tabarca se alternan en su agenda con Milán, Londres, Dusseldorf, París o Madrid, donde hay que ir sí o sí a trabajar el futuro de una marca que se precie. Corso Como 10, el Hotel Bulgari, el Café de la Bolsa o Peck, son lugares que adora para perderse y que ella compara, pero por defecto, con el inmejorable Nuestra Barra de Torrellano. Los descansos en su fábrica, de diseño, en el polígono, los pasa ahí probando texturas de ensaladilla rusa, pan tostadito amb tomaca i all i oli, o unas zamburiñas de chuparse los dedos. La ropa, que no sea la suya, confiesa que la busca en pequeñas tiendecitas de toda la vida y que le gusta el diseño español. El dúo ilicitano Siglo Cero, siempre le ha parecido muy interesante por sus trajes de noche, y aunque ella es más bien sobria, alguna vez, estoy segura, que se ha sentido tentada por los tejidos, la feminidad y el lujo de Paco Teruel. Master Shushi, en su ciudad, le parece una exquisitez donde probar los mejores niguiris el increíble California Roll, o los tartar de salmón con detalles de wakame. Y siempre pendiente de la cultura, el Gran Teatro de Elche es sitio de obligada visita semanal, tanto como el desprendimiento de Sa Magrana en la Basílica de Santa María, el arroz con costra de un sábado cualquiera en el restaurante del parque, o un paseo por los campos de granadas o las tierras de la alcachofa y, sin duda, cualquier domingo terminarlo al atardecer entre las aguas brillantes y tornasoladas del Parque de El Hondo como los antiguos barqueros de la zona. Si Elda ya tiene un dicho, Elche tiene otro, para los ilicitanos universales que en otra ocasión os detallaré. Feliz finde.