Ingresa de lleno en el seno de la cultura del vino y es tan celosa en su deseo de ser auténtica y minuciosa en este aspecto que subordinó todos los resortes de la película a las vicisitudes de todo un año dedicado al cuidado de los viñedos y a la vendimia. Nuestra vida en la Borgoña nos pone en contacto de nuevo con el realizador Cedric Klapisch, del que no teníamos noticias desde que en 2013 estrenó Nuestra vida en Nueva York y es la primera vez que se adentra en el mundo rural.

Hace diez años, Jean dejó atrás a su familia y su Borgoña natal para dar la vuelta al mundo. Al enterarse de la inminente muerte de su padre, regresa a la tierra de su infancia. Allí se reencuentra con sus hermanos, Juliette y Jérémie. Desde la muerte de su padre al comienzo de la vendimia, y en el espacio de un año al compás de las estaciones, estos tres jóvenes adultos recuperarán su fraternidad, evolucionando y madurando al mismo tiempo que el vino que producen. Klapisch declaró que si quería hacer una película sobre el vino era porque quería hablar de la familia: «Lo que se hereda de los padres es lo que se transmite a los hijos».