Ofrece la particular mirada de la directora Danièle Thompson sobre esta interesante y documentada amistad en el contexto de la Francia de finales del XIX y es un biopic en el que se exploran los miedos y ambiciones de Zola y Cézanne, interpretados respectivamente por Guillaume Gallienne y Guillaume Canet. Es el sexto largometraje de la guionista y directora Daniele Thompson, que debutó en 1999 con Cena de Navidad y que rodó después, entre otras. Jet Lag, Patio de butacas y Cena de amigos.

El escritor Émile Zola y el pintor del post impresionismo Paul Cézanne inician su amistad en un colegio de la Provenza. Sus caminos siguen unidos en París, donde ejercen su labor profesional. Zola, huérfano y sin blanca, decide valerse de la burguesía a la que tanto atacó de joven para dar su gran salto a la literatura. Cézanne, que viene de una familia acomodada, rechaza toda vida social para centrarse únicamente en su obra. Pero sus esfuerzos de juventud son en vano, ya que su talento solo le será reconocido al final de su vida. Dos artistas. Dos vidas paralelas.

Preguntada en una entrevista sobre las razones que la llevaron a rodar esta historia, Daniele Thompson dijo que quince años antes leyó un artículo sobre cómo Cézanne y Zola fueron amigos desde su infancia, hasta que se fueron separando al crecer. «Debo admitir -apuntó- que nunca había oído nada sobre esta relación. Me intrigó. Así que empecé a leer biografías sobre ellos. Releí textos de Zola que había olvidado, miré pinturas de Cézanne que no conocía. Hay un elemento dramático en esta separación que va más allá de la mera anécdota. Así que, por puro placer, me sumergí en las vidas de Cézanne y de Zola, sin saber que encontraría un tema para esta película».

Thompson confesó que a su favor tenía que Cezanne y Zola vivieron no hace muchos años y hay multitud de textos y testimonios al respecto. «Con la ayuda de Jean-Claude Fasquelle -recordó-, cuyo abuelo fue el editor de Zola, conocí a Martine Leblond-Zola, la nieta de Emile. Me sumergí en lo que Cézanne y Zola habían escrito y qué se había escrito sobre ellos. Seguí los caminos que ellos siguieron. Consulté los manuscritos de Zola en la Biblioteca Nacional. Miré palabras escritas por su propia mano. Fui a museos, observando las pinturas que me conectaban con los textos, haciendo fotos de las que me hablaban directamente. Recopilé álbumes con imágenes y documentos. Me sentí como si estuviera viviendo en el siglo XIX. Cézanne y Zola se convirtieron en mi familia».