Fue una de las sorpresas del cine galo de 2016 y la crítica resaltó que evoca el espíritu de clásicos de los 70 como La conversación o Marathon Man, situándose en el apartado de los mejores thrillers políticos. De hecho, la prestigiosa Variety resaltó que cuenta con un guión confeccionado con ingenio que mantiene al público en tensión hasta su impactante desenlace. Todo más que sorprendente teniéndose en cuenta que es la opera prima del director y guionista Thomas Kruithof.

Dos años después de un despido, Duval sigue en paro. Un enigmático hombre de negocios se pone en contacto con él para ofrecerle un trabajo sencillo y bien remunerado: transcribir escuchas telefónicas. Duval, económicamente desesperado, acepta sin preguntar sobre la finalidad de la empresa que lo contrata. De pronto, envuelto en un complot político, debe afrontar la brutal mecánica del mundo oculto de los servicios secretos.

Otro factor a destacar es que, como el propio realizador subrayó en una entrevista, es que no ha estudiado cine. «Pertenezco a esa generación -declaró- de cinéfilos de los años ochenta, criados con vídeos. Mi escuela ha sido la de ver y volver a ver películas. Tenía otra profesión, pero de vez en cuanto escribía embriones de historias, sin desarrollarlos demasiado. Sin embargo, con esta historia, por primera vez tuve la impresión de que sabría hacer un guion, y de que, estando convencido o convenciéndome, sabría dirigirla...»

Preguntado por las fuentes de inspiración del relato, Kruithof dijo que no hay por qué conocerlas para valorar la película, pero el telón de fondo está inspirado libremente en varias crisis o conspiraciones, declaradas o supuestas, que han tenido lugar en Francia en los últimos treinta años: la crisis de rehenes del Líbano en los años ochenta, los cuadernos de notas de Takieddine. Y en general, la sospecha de instrumentalización de los servicios secretos con fines políticos que impregna la actualidad del país.