Supone el regreso del director Alex de la Iglesia a un tema recurrente en su filmografía, el del encierro con unos personajes atrapados en un decorado. Era el leit motiv de La Comunidad, 800 Balas, Las Brujas de Zugarramurdi y, por ultimo, de Mi gran Noche. En todas estas películas la acción transcurre en espacios únicos, claustrofóbicos, de los que los protagonistas no pueden escapar. No se trata, precisamente, de un entorno inusual en el ámbito narrativo. Desde Howard Hawks con El Dorado, Carpenter con Asalto a la Comisaría del distrito 13 y Buñuel con El Angel Exterminador, hasta Mercero, con La Cabina, el cine ha encontrado una de sus armas de comunicación mas poderosas en el encierro, buscando el modo de expresar visualmente emociones que expliquen el comportamiento humano.

Es la barra de un bar madrileño un día cualquiera a media mañana. Clientes de toda la vida y desconocidos compartiendo churros, porras y mixtos bajo la dirección implacable de Amparo, la dueña del bar. Los oficinistas comentan con el barrendero como va la mañana y todos a su vez aguantan las gracias de Israel, el vagabundo alcohólico. La vida transcurre con normalidad hasta que uno de los oficinistas presentes sale del local y recibe un disparo en medio de la plaza desierta. El estupor se apodera de la concurrencia y solo el barrendero se decide a salir para socorrer al caído, recibiendo también él un disparo de inmediato.

Todos tratan de encontrar una explicación al hecho de que nadie en el exterior acuda a socorrer a los hombres caídos: Puede tratarse de un loco disparando desde el tejado. En medio de la confusión, descubren que alguien ha retirado los cuerpos de la plaza sin que ellos lo hayan advertido. A partir de ese momento las especulaciones se desatan, pero pronto una idea parece abrirse paso con fuerza: ¿Y si el peligro está dentro?

Una nueva teoría va tomando forma: El hombre del baño sufre algún tipo de infección contagiosa y es por eso que nadie que haya estado en contacto con él puede salir de allí sin recibir un disparo. Las autoridades prefieren terminar con ocho personas e inventarse en la televisión la historia de un incendio para justificar el cierre de la zona antes que admitir que un peligroso brote extremadamente contagioso puede extenderse por el país como un reguero de pólvora.

«En nuestra película -escribió el director- un grupo de personajes viven la angustia de sentirse atrapados en una situación irresoluble. Alguien dispara fuera: la muerte, en su absurda realidad, les espera al otro lado si se atreven a abrir la puerta. La vida es un encierro inexplicable del que no encontramos salida. Una serie de circunstancias erróneas, o aún peor, casuales, nos llevan a vivir una vida que no parece la nuestra, la que deseábamos, y cuando encontramos una puerta que nos saca de ella, siempre es demasiado tarde; hemos perdido la llave. Si profundizamos, el encierro es mas terrible. No se trata de nuestra vida, sino de nuestro yo. Estamos atrapados en nuestra propia conciencia, encarcelados por nuestros deseos, anhelos, odios y amores"

En esta tesitura, el problema esencial era encontrar la fórmula idónea para trasladar al cine un argumento semejante. Alex de la Iglesia señaló que lo importante era ser generoso con el publico y no aburrir, o al menos tenerlo en cuenta en la lista de intenciones a la hora de enfrentarse a su realización. «El éxito en el entretenimiento es algo particularmente complejo cuando se pretende hablar de algo que, en principio, puede resultar incomodo. Este tema no se puede, a mi entender, tratarse desde otro punto de vista que no sea el de la tragedia grotesca, el esperpento, o por llamarlo de otra manera, la comedia. Estamos hablando de un thriller, no de una pantomima».

Abundando en ello, señaló que el humor se amplifica si el chiste es difícil de asumir, cuando nos reímos de algo de lo que, habitualmente no nos reímos. «El humor es serio -expresó-, igual lo único verdaderamente serio, después del dolor y la muerte. No solo funciona como mecanismo de defensa, sino como un arma poderosísima. Sus balas, los gags, destruyen los organismos afectados por enfermedades contagiosas, como la impostura o la superchería. Gracias a la risa colocamos al espectador bajo un punto de vista excéntrico. Este nos permite ver las cosas con distancia, única manera de entenderlas en su totalidad. Es así como el humor se convierte en un método de conocimiento válido para el mundo que nos ha tocado vivir», explica el director.