Salvador Silva recuerda perfectamente que la tarde del 2 de febrero de 1990 al salir del grupo de formación en la fe de la parroquia de La Inmaculada de Alicante vio a un hombre de unos 50 años descalzo y tiritando de frío. Se acercó a hablar con él y le convenció para que entrara en la iglesia. «Al ver a ese señor pensé: Ahora vamos a poner en práctica todo lo que hemos hablado y rezado en el grupo». Antes, Salvador y Mercedes, su mujer, ya habían recorrido las calles de Alicante prestando ayuda a los necesitados, «pero esa fue la primera vez que ayudamos a alguien a salir de la pobreza». A ese hombre le habían suspendido de empleo y sueldo en su empresa y entró en una espiral que lo dejó en la calle. «El grupo llevó comida y ropa, cenó con nosotros y lo llevé a un hostal. Así empezó la salvación de esta persona que estuvo tres años con nosotros y recuperó su trabajo y su vida», explica Silva. «Se corrió la voz por el barrio y más personas empezaron a demandar ayuda, así que continuamos y al poco se unieron dos voluntarios», añade. Y así nació la Asociación de la Comunidad de Personas Marginadas (Acomar).

Veintisiete años después son miles las personas que han recibido ayuda y los voluntarios han pasado de dos a noventa. «La mayoría de voluntarios son jóvenes -destaca Silva- son universitarios y alumnos de Maristas, Salesianos, Agustinos y del Instituto Radio Exterior».

Actualmente prestan su apoyo a más de 60 personas, la mitad de las cuales están acogidas en la modesta casa de Acomar, hostales y habitaciones alquiladas que la asociación sufraga con los donativos que recibe y las aportaciones de los socios. «Son los que están en proceso para salir de la pobreza. Tenemos alcohólicos, drogadictos y enfermos mentales para los que estamos en contacto con servicios sociales y reciben atención médica pero viven con nosotros». A la otra mitad «como no caben les atendemos en la calle, les damos alimento y realizamos un seguimiento además de arreglar los papeles para que puedan percibir una prestación y tener un alojamiento», indica Silva.

La experiencia de estos años no ha cambiado «el carisma de servir y atender a los pobres. Ellos son los más importantes». Lo que ha aprendido este jubilado es que «cada persona necesita un proceso en función de su situación de pobreza. No es igual una persona con un fracaso laboral o familiar que un alcohólico o un drogadicto». «No sólo hay que cubrir las necesidades materiales, lo más importante es el daño que han provocado esas carencias en su interior. Llegan con heridas internas muy fuertes y se sienten olvidados, fracasados y hundidos. Para curar esas heridas hay que transmitirles un sentimiento de amor, comprensión, escucha, paciencia y alegría. Entonces empiezan a despertar poco a poco», resume. Tampoco se puede tratar igual a un incipiente, a un habitual o un crónico. «Lo importante es no abandonar a nadie», remarca. Por eso es vital «conocer la raíz de por qué una persona está en la calle porque según esa raíz se acoge a un proceso u otro. Nuestra misión es ir cortando la raíz que lo ata al inmenso campo de la pobreza», concluye.

«Compartir», la palabra clave para erradicar la pobreza

Salvador Silva tiene claro el mensaje que quiere transmitir a la sociedad para mejorar la vida de miles de personas y erradicar la pobreza: «La palabra clave es compartir». En su opinión «todos podemos ayudar para que haya menos pobreza y eso se hace compartiendo una manta, comida, dinero, tu tiempo, tu corazón, cada uno lo que quiera». Y hacerlo con las asociaciones que se encargan de cuidar y ayudar a las personas.