El periodismo tiene con frecuencia ilustres caídos en combate. Es el caso del reportero de investigación de ABC News, el veterano Brian Ross, suspendido durante un mes sin sueldo tras un informe erróneo sobre un ex asesor de seguridad nacional de Donald Trump. Ross contó que Michael Flynn se disponía a testificar que el presidente de Estados Unidos le había ordenado ponerse en contacto con funcionarios rusos antes de las elecciones, un testimonio que de ser exacto probaría la colusión de intereses entre el Kremlin y el candidato republicano a la Casa Blanca. El mercado bursátil, aunque brevemente, recibió una fuerte sacudida.
El problema es que el periodista tuvo que aclarar acto seguido que en realidad lo que Trump le había pedido a Flynn es que hablase con los rusos después de las elecciones cuando ya era presidente y que el asunto tenía que ver con la colaboración antiterrorista entre las dos potencias. La ABC, bajo un chaparrón de críticas, admitió que el error cometido era grave. Y lo peor fue que Trump, el campeón de los hechos alternativos y de la posverdad, cargó contra el periodista de manera despiadada animando, además, a las personas que perdieron dinero en la Bolsa a demandar a la cadena por falsedad.
No es la primera vez que Ross, que ha ganado varios importantes premios a lo largo de su carrera, se equivoca. Los periodistas solemos cometer errores, pero él los acumula y gordos. Por ejemplo, en 2001 informó que el ántrax usado en atentados mortales en Washington y Nueva York estaba cubierto de bentonita, un compuesto químico que sólo se hallaba en las armas biológicas fabricadas por Saddam Hussein en Irak. Se confundió. El FBI descartaría más tarde la presencia de bentonita en el veneno cuyo origen era Estados Unidos.
El Centro de investigación de Medios, en manos conservadoras, ha aprovechado para difundir que errores como el de Ross "provienen del ardor liberal por tumbar a Trump". Ello crearía una atmósfera imprudentemente temeraria en la prensa.
