Hace ahora justo nueve meses y cuando aún no se habían apagado los ecos de las elecciones municipales y autonómicas, este periódico publicó, coincidiendo con la festividad del 9 d'Octubre, una encuesta con el siguiente titular en primera página: «Ciudadanos devora al PP». Todos los sondeos, apenas unas semanas después de aquellos comicios y con las elecciones generales del pasado diciembre a las puertas, sugerían la posibilidad de que la formación de Albert Rivera le pudiera disputar en la Comunidad y, especialmente, en la provincia de Alicante, el espacio liberal y de centro derecha al PP, muy deteriorado después de perder la mayoría de su poder institucional y enfangado cada día un poco más en las investigaciones por corrupción que suponían una clara enmienda a la totalidad de su gestión.

Para entonces, Fernando Sepulcre ya campaba a sus anchas en la Diputación, donde su voto había servido hace ahora casi un año para aupar a César Sánchez a la presidencia. Pero también, a la vez, para «mercadear» con cualquier decisión de importancia que se tomaba en el Palacio Provincial. Llegado de rebote al escaño de diputado -era el segundo plato- después de los ajustes internos para repartirse salarios y prebendas dentro de Ciudadanos, la relación entre Sepulcre y la cúpula provincial y autonómica de su partido ya no era, ni mucho menos, fluida. Con Emigdio Tormo, número uno de C's en la provincia, el contacto era muy distante y con Emilio Argüeso, coordinador autonómico, ni siquiera eran capaces de entenderse. Chocaban.

Las decisiones que iba tomando por su cuenta y riesgo en la Diputación fueron llenando poco a poco el vaso. Hasta rebosar... Un sueldo estratosférico para un diputado de a pie -65.000 euros- y el privilegio de ser el único que puede hacer caja con la asistencia a todos los organismos autónomos. La negativa inicial a que se investigara la gestión del PP durante los doce años de gestión de Joaquín Ripoll y Luisa Pastor. Sus manejos a la hora de forzar nombramientos de altos cargos y de lanzar propuestas como la del exdirector de IFA, Antonio Galvañ, salpicado por el escándalo en el uso de una «tarjeta black» de la feria en la que cargó gastos sin justificar, para la gerencia del Patronato de Turismo. O su afición a los viajes que le llevó a embarcarse en todas las misiones institucionales organizadas por la Diputación hasta ser conocido como «Willy Fog». Con todo eso encima de la mesa, durante los últimos meses se empezaron a extender apuestas sobre el tiempo que duraría en la disciplina de C's un Fernando Sepulcre muy enfadado por el ninguneo de los que le negaban la posibilidad de ocupar puestos de importancia en el organigrama de la organización.

El veto de la dirección del partido a su presencia en la visita que hace dos semanas llevó a Albert Rivera a Elche y Elda fue el síntoma de que los notables de la formación ya habían decidido poner el pulgar boca abajo. Sepulcre disparó contra Francisco Sánchez, portavoz de C's en Elda, como autor intelectual de la decisión que le dejó sin acceso a Rivera. Pero ese día, la cúpula de la formación ya sabía que Sepulcre estaba intentando pagar facturas de su vehículo particular -una reparación en un taller y decenas de recibos en gasolineras- con dinero público; era consciente de que la expulsión del diputado se iba a producir; y no quería, de ninguna manera, una «foto» suya junto a la sagrada figura de Albert Rivera. Ya no había marcha atrás.

Fernando Sepulcre empezó a amoldar su discurso: sumar argumentario para, llegado el caso, despedirse. Se quejó en público y también en privado -así se lo trasladó a Emilio Argüeso- de la falta de apoyo de Ciudadanos y defendió su inocencia. La cúpula de C's intentó buscar una salida pactada con su diputado antes de resolver un expediente disciplinario que le habían abierto por el intento de cobrar gastos de su vehículo particular con dinero público. Pero Sepulcre prefirió pegar el portazo antes y marcharse. En plena campaña electoral y con Ciudadanos jugándose su supervivencia política, la decisión de Sepulcre marca el camino de la crisis de una formación sin cohesión y con una estructura variopinta alimentada de retales de todos los partidos: rebotados socialistas, defenestrados del PP y fugados del naufragio de UPyD, como el propio Sepulcre que se colocó en C's tras perder las primarias de la formación magenta con Fernando Llopis a sabiendas de que apostaba a caballo ganador.

De toda esa ensalada tenían que empezar a surgir los problemas. La bronca con la agrupación de Ciudadanos en Alcoy -todos antiguos cargos del PP- que se saldó con la marcha del coordinador provincial de campaña fue el aldabonazo. Pero el portazo de Sepulcre es la evidencia de que el enfermo no evoluciona favorablemente. El ya diputado no adscrito se asegura un salario para tres años aunque sin margen de maniobra: sólo podrá votar al PP en la Diputación -el gran beneficiado de este movimiento es César Sánchez- o le quitarán el sueldo. Pero deja a Ciudadanos sin sitio en una institución clave en Alicante, coloca al partido aunque haya actuado con rapidez a la misma altura de prácticas atribuídas a la «vieja política» y, sobre todo, pone encima del tapete -junto a otros escenarios de bronca que están a punto de explotar como en las Cortes- la incapacidad de la formación naranja para disputarle el liderazgo del centro derecha al PP, cuya cúpula respira un poco más tranquila. Y toma aire a sabiendas de que a lo mejor, en poco tiempo, el titular sea: «El PP devora a Ciudadanos». Un proceso que, quizá, empiece ya el 26-J.