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Resiste Roma

Los bárbaros aprietan cada vez con más fuerza, pero la ciudad inmortal hizo lo único que podía hacer: ganar. Y ganar tres veces

Resiste Roma

Podrían ser las elecciones más inciertas desde hace casi cuatro décadas, pero el PP rezaba para que se cumpliera un guión en cierta forma previsible y se cumplió: ganó. No importaba ya otra cosa. Ganar, ganar y ganar como resumió de forma gloriosa el gran Sabio de Hortaleza. Y tres veces ganó: en España, en la Comunidad y en Alicante.

Que sí. Que ya nada será igual. Que las mayorías absolutas son arqueología. Que esto es otro mundo. Que se han acabado las noches electorales de oropeles y desenfreno desmesurado bañado en cava. Que los bárbaros aprietan más que nunca en las fronteras. Pero Roma resiste.

Y es esa pírrica victoria la que se plasmaba en la sonrisa contenida de un José Císcar, en el saludo educado de un Carlos Castillo o de un Luis Barcala. Porque era esa victoria o la oscuridad. Era esa victoria o nada.

Y es tan apurado triunfo el que permite ponerle dique a las mareas de tristeza que han anegado al PP en los últimos tiempos y soñar con reconquistar las tierras perdidas: Císcar insistió en que los resultados de anoche mejoran los de las autonómicas y municipales. De acuerdo que se han perdido la mitad de los diputados en la provincia, de acuerdo que se han sagrado votos. Pero los bárbaros siguen fuera de las sagradas murallas de la ciudad inmortal. Antonio Peral lo resumió al escuchar los primeros sondeos: «Hay partido, hay partido». Lo hubo. Fue una victoria para la redención.

Ahora bien como toda victoria de este cariz, lo de ayer no fue una gran fiesta. Los festejos, a partir de ahora, en los libros de historia. Todo fue contención. Prudencia.

De hecho, durante toda la noche, la atmósfera de la sede en la avenida de Salamanca respiraba la tediosa rutina de una oficina cualquier mañana laborable: rostros reconcentrados en los ordenadores, conversaciones en susurro y caras de mala leche a los periodistas, amablemente invitados a no incordiar por ahí y largarse al restaurante donde había sido citada la militancia.

Allí, interventores y apoderados pedían bocadillos y mezclaban en sus visiones el alivio por haber salvado Roma, la incerteza por el mañana de este país, la angustia por el magro botín en el Congreso («¡vamos, un empujón más!», dijo una militante cuando el PP sumó un diputado más), su sorna por los malos resultados de PSOE y Ciudadanos y su enfado por la subida en Alicante de Compromís-Podemos, diabólico invento por estos lares.

José Manuel García-Margallo tardó muchísimo en desembarcar en el restaurante: lo hizo a las doce de la noche y por si fuera poco hubo que esperar antes de su discurso al de Rajoy, que justo en ese momento empezaba a botar «ser español» en la tele. García-Margallo admitió sin admitir (que es como se hacen esas cosas) que el resultado en la provincia no era para desbocarse -lamentó no haber llegado al quinto diputado- y arrancó nutridos aplausos al aludir a la victoria en su segunda casa, Xàbia, bastión del socialista José Chulvi. Ahora bien, más aplausos cosechó la flamante senadora Asunción Sánchez Zaplana: derrotada por los bárbaros hace tan poco, el respetable la identificó como el símbolo local (más local que el aún ministro) de la vieja Roma que nunca muere.

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