Unos surgieron en pequeños círculos de los que nadie, salvo iniciados, conocía el rito. Otros ya languidecían en el extrarradio político -concejalías solitarias y extraparlamentarismo endémico- con epicentro sentimental en la explanada del Puig cada darrer diumenge d'octubre. La clandestinidad en sus orígenes los unía. Pero anoche, ante más de 8.000 personas dentro de La Fonteta de Valencia y otras 2.000 a las puertas del pabellón sentados frente a una pantalla gigante, enterraron ese pecado original de los actos de intimidad forzada con militancia quijotesca.

Ambas sensibilidades se resarcieron de ese largo silencio con un concierto de masas trufado de solistas venerados y teloneros de lujo entre una pasión fan en las gradas y el «no hay billetes» en la taquilla. «Les havien d'haver posat a un euro», suspiraba un hombre en la larga cola para recoger entrada. Si el 24M Compromís se hizo mayor en las urnas, ayer dio su gran salto adelante en la puesta en escena. Y lo logró de la mano del gurú de la liturgia política de masas: Pablo Iglesias.

A ritmo de la banda sonora de Cazafantasmas, el candidato a presidente del Gobierno en las inciertas elecciones de mañana salió del túnel de vestuarios con los mimbres de estrella deportiva o musical. Pasaban ocho minutos de las siete y media y el fervor se desató con un «sí se puede» salmódico y atronador. El hombre al que todos saludaban con cánticos de «presidente, presidente», vestido con pantalón gris, camisa blanca y unas zapatillas cuyas suelas recorrían los últimos cuarenta metros de la campaña electoral; el político que luego habría de recordar la primera rueda de prensa semivacía en el teatro de su barrio o la noche electoral de las Europeas en la que todo cambió, se falcó sobre el escenario, se llevó la mano derecha al corazón y, para finalizar su discurso de medio hora, proclamó: «Estamos preparados para formar Gobierno y liderar una Nueva Transición. Y es el momento». Él se dispone a encabezarla como «presidente», afirmó, «no para ser el jefe de los ciudadanos, sino para ser el empleado de los ciudadanos».

La intervención de Iglesias, con sabor a culminación de proyecto político, retrató a Podemos -casi sin mencionar el nombre del partido- como un movimiento heredero de dos tradiciones. Una, muy larga y vaga, la remontó al regeneracionismo decimonónico de Joaquín Costa, la Institución Libre de Enseñanza, la lucha de las mujeres por el sufragio, las huelgas y luchas sociales de la clase trabajadora, las reformas republicanas o la Transición a la democracia. «En el ADN de las gentes y pueblos de este país», dijo, está incrustado el esfuerzo de las personas que trabajaron por una España mejor. «No vamos a regalar los avances sociales a señores muy bien vestidos que los convirtieron en papel mojado», arengó.

Aquello podía ir dirigido a Soni Martínez. Es enfermera, tiene 42 años y sigue el mitin en primera fila con camiseta morada, pancarta y bandera de Podemos en las manos y un ramillete de seis globos: tres morados y tres naranjas. Hace veinte meses pisó su primer círculo en Manises. Ya no ha dejado de ir. Se acuerda de la fecha, dice, porque su vida «ha cambiado por completo». Ha cambiado de lecturas, de dieta televisiva y de hábitos: ahora recoge alimentos y juguetes para los más desfavorecidos. Sólo ansía un «cambio». Por su hija Andrea de nueve años, precisa.

Desde el atril, Pablo Iglesias invoca otra herencia más cercana. La del 15M. «Algunos supieron ver que el 15M es el cambio más profundo de este país en los últimos 40 años», dijo el candidato de Podemos. Igual que las luchas obreras de 1962 iniciaban la Transición, las plazas llenas del 15M fueron «el momento fundacional de una Nueva Transición».

Sus palabras son vitoreadas. Esto no es un mitin. Un mitin parecían los tenderetes de libros con faldones cuatribarrados montados a las puertas de La Fonteta mientras vendedores ambulantes de periódicos combativos intentan cazar comprador militante. A esos mítines, los de antes, María Corral no hubiera ido nunca. Es de Godella y tiene 21 años. El domingo serán sus primeras Generales y éste es su primer mitin. Se conforma con seguirlo desde fuera del pabellón por la pantalla gigante. Simpatiza con Compromís. Pero, reconoce, ha venido «sobre todo por el acontecimiento y las personalidades que intervienen. Por el fenómeno», resume.

Entre gritos de «remontada», «és el moment» y -una y otra vez- «sí se puede», Iglesias lanzó bocados al PSOE para seducir a sus votantes.«Les invitamos a hace una Nueva Transición», dijo sin mencionarlos. A Ciudadanos -único partido grande que no mentó- también le atizó. «La gente sabe distinguir entre marketing y autenticidad», dijo, e insistió varias veces con promesas para «autónomos» y pequeños empresarios».

Excepto a los niños -sin derecho a voto- convocó a todos: abuelos, mujeres, maestros, sanitarios, enfermos, trabajadores, autónomos, tejido empresarial y social, bomberos, abogados de oficio, estudiantes, defensores de los animales. Y una palabra de nueve letras sobrevoló el escenario de tantos partidos difíciles: «Remontada».