Ella, maquillada, bien vestida y con tacones; él, con la misma ropa que ya llevó el día que la policía lo excarceló para recuperar el cuchillo del fondo de la fosa séptica de su casa en Riba-roja. Ella, impasible y atenta; él, cabizbajo, compungido y hundido, con los codos hincados en las rodillas y la mirada gacha.

María Jesús M. C. y Salvador R. L. entraron en la sala conducidos por agentes de la Policía Nacional y se sentaron uno al lado del otro, ambos esposados. Pero no hubo ni una mirada entre ellos. Ni una palabra. Tampoco en los calabozos, ya que la policía los mantuvo separados, pese a que en la cárcel sí pueden mantener contacto dado que están en prisión provisional comunicada.

Durante la hora y media larga que duró la comparecencia, Maje sostuvo constantemente la mirada del fiscal, sin mostrar ningún gesto. Ni siquiera apartó la vista de sus ojos cuando él leyó el momento del asesinato mirándola fijamente. Y sólo abrió una vez la boca: para corregir la fecha de nacimiento de Antonio al errar el fiscal en el día.